OIDOS PARA OIR




«El que tiene oídos para oír, oiga.» (Mat. 11:15.)
 

P. Esta expresión, que es propia de Jesucristo, ocurre
con tanta frecuencia en el Nuevo Testamento —18 veces—
que con razón nos preguntamos qué significa en el fondo.



R. Si se tratara del oído físico o material diríamos que
todos los tenemos. Pero aquí se trata evidentemente de
oídos que no poseen todos. Cristo no espera que todos
oigan su amonestación porque carecen de oídos para oír.
Oyen, sí, el ruido de su voz, pero carecen de oídos para
percibir su sentido. Como dijeron los profetas: «Tienen
oídos para oír, y no oyen», tienen oídos materiales; pero
no oído espiritual. Posiblemente, los oyentes de Jesús tenían
el oído muy fino para oír y apreciar sonidos físicos
desde el estampido del trueno hasta el zumbido de una
mosca, pero la mayoría de los oyentes eran incapaces de
oír y apreciar las cosas espirituales que explicaba.

El apóstol Pablo conocía bien esta falta de capacidad. «El hombre
animal (no nacido de arriba) no percibe las cosas del
Espíritu —dice—, y no las puede entender.» Podrá ocuparse
de ellas, podrá hablar, escribir, y predicar sobre
ellas: podrá juzgarlas, pero como el ciego los colores, como
el sordo las músicas clásicas, como el torpe las ciencias.
¿Cómo, pues, se consiguen oídos para oír la voz del
buen Pastor, la amonestación de Jesús, su Palabra divina?
«El que es de Dios, las palabras de Dios oye», dice Jesús.

Lo que equivale a decir: «El que es (nacido) de Dios,
las palabras de Dios oye.» Como por el nacimiento corporal,
así por el nacimiento espiritual conseguimos oído
espiritual. Por el primero percibimos lo material, por el
segundo percibimos lo espiritual: llegamos a tener oídos
para oír la Palabra divina, comprender, apreciar y amar
la palabra de Jesús y rechazar la voz del extraño.

«Las ovejas oyen su voz... y las ovejas le siguen, porque conocen
su voz. Mas al extraño no seguirán, antes huirán de
él; porque no conocen la voz de los extraños.» (Juan 8:47
y 10:3-5.) Esto implica que lo primero que hay que buscar
es el Nuevo Nacimiento, la genuina conversión a Dios por
la fe para entender el lenguaje espiritual de Jesús, o de
quienes habiendo sido también nacidos de arriba, hablan
en su nombre como servidores suyos.

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