P. ¿Se refería Jesús al Purgatorio, tal como lo interpreta
la Iglesia Católica, cuando dice en el Sermón del Monte:
«Por tanto, si trajeres tu presente al altar y allí te
acordares que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí
tu presente delante del altar; y anda, reconcíliate primero
con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.
Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre
tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario
te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas
echado en la cárcel.
De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que
pagues el último cuadrante» (S. Mateo 5:23-26)?
R. En este pasaje Jesús está dando consejos acerca
de la supresión de todo odio. Nadie debe enojarse sin razón con su hermano,
pues Dios conceptúa el odio y el rencor como un pecado mayor de lo que nosotros suponemos
(Mateo 5:21-22). En efecto, nadie sabe a dónde puede llevar
el espíritu de odio. Se sabe cómo empieza una riña, pero
nadie puede prever cómo acabará.
Jesús conocía en su tiempo los peligros de apelar a los
tribunales para el arreglo de un pleito; sobre todo tratándose
de la justicia de un invasor, que sólo buscaba una
excusa para la expoliación del pueblo oprimido. Por consiguiente,
lo mejor para el propio interés, y lo que más
complacería a Dios, sería la conciliación y la amistad.
Este es el claro y evidente sentido del pasaje. Darle
una interpretación espiritual aquí no cabe, pues quien tenía
que dársela es Cristo mismo. Es lo que hace en las
parábolas del Sembrador y de la Cizaña (S. Mateo, cap. 13).
No hay, pues, ninguna razón para que Cristo no dijera
aquí, como hace en el capítulo 13 de este mismo Evangelio:
«El juez es Dios; el alguacil es el diablo; la prisión
es un lugar temporal de tormento que aguarda a las almas
después de la muerte; los cuadrantes (moneda romana)
son los pecados.» Entonces, todos los cristianos del mundo
aceptaríamos sin reparo alguno la doctrina del purgatorio.
Pero el Divino Maestro no dice nada de esto. Cristo
mismo no se recató de hablar varias veces del infierno en
este «Sermón del Monte». ¿Por qué no había de hacerlo
en cuanto al purgatorio, si conocía la existencia de tal
lugar?
Aún hay más; en algunas de sus parábolas el Salvador
no nos da su interpretación espiritual, pero nos incita a
buscarla, advirtiéndonos: «El reino de los cielos es semejante
a...» Entonces ya sabemos que la historia que sigue
es una alegoría del reino espiritual. Pero no lo dice en
este pasaje, del cual la Iglesia Católica pretende sacar
nada menos que la doctrina del purgatorio. ¿Por qué?
Evidentemente, porque no tiene ningún sentido espiritual,
sino moral y práctico, y hay que aceptar lo que dice, y nada
más que lo que dice.
Lo cierto es que Jesús guarda una gran reserva sobre
los propósitos de Dios en cuanto al porvenir de las almas
de los seres humanos en el más allá; solamente nos advierte
de un gran peligro del cual El vino a librarnos con
el sacrificio de su propia vida, y nos recomienda con gran
insistencia que aceptemos el amor de Dios y empecemos
a amarle y servirle con toda nuestra alma en esta vida de
prueba; sin dar a los no creyentes ninguna esperanza de
un modo claro y absoluto para el más allá de la muerte.
¿Por qué? Porque sabía que habría muy diversas clases
de no creyentes con diversos grados de responsabilidad.
Fue la incógnita de este secreto lo que hizo a los teólogos
de siglos pasados especular sobre lo que Dios podía
o debería hacer con las almas que no estaban preparadas
en el momento de su muerte para entrar en el cielo, ni eran
bastante malas para merecer el infierno, lo que les llevó a
inventar el dogma del Purgatorio, que no podemos hacer
dogma de fe porque no encontramos acerca de este lugar
ninguna declaración específica en las Sagradas Escrituras.
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