Por lo general, las causas de un divorcio son menos numerosas y más sencillas que sus consecuencias.
El divorcio es la segunda causa más dolorosa después de la muerte. Todos sabemos que somos mortales y que algún día, lo deseemos o no, vamos a tener que partir de este mundo. En cambio el divorcio es una decisión voluntaria. Nadie está obligado a divorciarse, pues la mayoría de los matrimonios se forman con las intenciones que duren una vida entera. ¿Cómo nace entonces esa determinación de romper un hogar? Veremos algunas causas:
1- Si la pareja, o uno de sus miembros no tiene claro lo que significa formar una familia que cumpla con los votos hechos delante de Dios de permanecer fielmente en el hogar, el resultado será una familia tambaleante que difícilmente será estable. Si el comienzo de aquel matrimonio fue poco promisorio, el futuro del mismo no puede ser mejor.
2- Cuando alguien viene de un hogar derrumbado va a tener la tendencia a continuar con el modelo de vida que causó el daño en el hogar de sus padres. Eso es lo único que esa persona conoce, lo cual llega a parecerle normal, y si ese estilo de vida no se corrige a tiempo, seguirá destrozando nuevas vidas en el futuro. Eso es lo que el Señor identificó como la dureza del corazón.
3- Cuando la pareja se casa por un motivo equivocado. Por ejemplo, porque viene un hijo en camino, por interés a una herencia sustancial, por no quedarse solo (a), por atracción física, etc.
4- Por una conducta infiel
5- Por alguna adicción incontrolable
6- Por mantener discordias permanentes
7- Derroche del dinero, por mal manejo del mismo y por negocios mal hechos
8- Excesiva intervención o control por parte de los suegros
CONSECUENCIAS EMOCIONALES:
Las consecuencias de un divorcio por lo general son devastadoras y de larga duración, sin tomar en cuenta la calidad de vida que se tuvo durante ese matrimonio. Si el matrimonio se caracterizó por haber sido estable y bueno, va a dejar un dolor muy difícil de erradicar, a causa de los recuerdos imborrables que quedaron en todos los miembros de la familia envuelta, y en el resto de los familiares de la pareja. Los más afectados son siempre los hijos, porque ellos no entienden ni aceptan las razones de una separación. Ellos se niegan a mirar que una desgracia de esta clase pudiera llamar a la puerta de su hogar algún día.
Si el matrimonio se caracterizó por ser inestable, con muchos malos entendidos y discordias que hicieron la vida insoportable, igualmente dejará mucho dolor y resentimiento por el hecho de haber confiado en alguien que no llenó las expectativas y por el mejor tiempo de la juventud que se fue sin haber sido aprovechado.
Es una tarea imposible para un niño tener que digerir la amarga realidad de que uno de sus padres ya no está más en casa, y que el único tiempo que tienen para compartir con el padre ausente es limitado y en un lugar neutral, porque el padre que se fue ya no pertenece a esa casa a la cual entraba y salía con toda libertad durante todos los años que vivieron juntos como una familia. Ahora en cambio, si quiere ver a sus hijos tiene que tocar la bocina de su auto frente a aquella casa que un día fue su hogar.
Esa visita, aunque trae felicidad a los hijos, es incompleta, porque siempre habrá un asiento vacío, ya sea en el auto, o en el parque de recreaciones, o en aquel restaurante que frecuentaban cuando el grupo familiar estaba completo.
En todo divorcio, siempre los más afectados son los hijos, no importa la edad que tengan, porque para todo hijo es vital la unidad entre sus padres. Si el niño está en edad escolar le va a afectar mucho en su rendimiento académico. Y el hecho de verse siempre con uno de sus padres mientras que la mayoría de sus compañeros andan y viven con ambos padres, hace que su amor propio se desvalorice demasiado. Además de confundirse, su mente se va a saturar de incógnitas cuyas explicaciones jamás lograrán satisfacer su alma infantil.
La separación de los padres hace que sus niños crezcan con temor; se les hace más difícil poder establecer amistades de larga duración. Se han vuelto desconfiados y creen que en cualquier momento y por cualquier causa van a ser puestos a un lado de su círculo social. De modo que se les hace más fácil permanecer lo suficientemente distantes como para que no los consideren como antisociales, ni tan envueltos, para que el posible rechazo tan temido no les resulte tan cruel.
Cuando esos niños llegan a la juventud siguen teniendo problemas de adaptación en el medio ambiente donde se encuentren; ya sea el colegio o su lugar de trabajo. Ellos sienten que han sido en parte responsables del divorcio de sus padres, y eso hace que se sientan perseguidos por un sentimiento de culpabilidad que los obliga a vivir a la defensiva...siempre huyendo de un fantasma inexistente que los induce a pensar en la adversidad antes de que los hechos se encajen en su lugar.
Ese sentimiento de fracaso les impide levantar vuelo en todas sus actividades. La frase: “Y SI ME VA MAL” les acompaña al comenzar todas sus empresas, por lo tanto, piensan que sería más prudente no iniciar nada que conlleve cierto riesgo, pero, la verdad es que toda empresa conlleva un grado de riesgos. Por otro lado, como estas personas magnifican esos riesgos, la lógica les dice que es mejor no despegar. Los comentarios emitidos no incluyen a todas aquellas personas que han logrado sobreponerse a los efectos negativos que un divorcio deja en las familias.
Cuando estas personas forman sus propios hogares, les acompaña el trauma que su matrimonio se puede derrumbar cada vez que entre ellos se presenta un problema igual o similar al que ellos acostumbraban ver entre sus padres. En estos casos, la pareja que está en ventaja por no acarrear ningún trauma, tiene el deber sagrado de darle a su cónyuge el respaldo emocional que le asegure una vida unida y armoniosa.
Ningún divorcio es justificable cuando hay hijos de por medio, a menos que exista violencia doméstica. En ese caso, la víctima tiene que armarse de valor y abandonar el hogar inmediatamente después del primer incidente de abuso, y regresar si lo desea una vez que el victimario dé señales convincentes y permanentes de una total recuperación. Esa es la única circunstancia en que los hijos aprueban una separación, más aún, ellos aplauden la dignidad de la persona que no se prestó para esa deshonra tan ruin. Ese sería el único caso que no deja huellas dolorosas en los hijos.
La unidad matrimonial es algo que debiera cultivarse y mantenerse tan saludable como sea posible con tal de evitar su vulnerabilidad, sabiendo que su deterioro envuelve a muchas personas en un dolor innecesario, y que puede evitarse si el círculo familiar se atiende a tiempo y a plenitud.
Cuando una pareja lleva una vida demasiado turbulenta, se piensa que lo más recomendable sería terminar con esa relación. Pero eso no mitiga el dolor porque se sufre por el tiempo y oportunidades desperdiciadas. Por ende, siempre existirá la auto recriminación: “¡por qué no hice esto, o aquello, cuando aún estaba a tiempo para hacerlo, pero...no lo hice!
Al no existir violencia doméstica, la pareja tiene que pedir la ayuda divina para que sus emociones maduren y así impedir que brote la violencia y vuelvan a tener un nuevo amor. Son muchas las parejas que descubren sus virtudes y gozan en esa base, en lugar de sacar a relucir solamente los puntos negativos.
No se logra ningún progreso cuando se trata de reformar a la otra persona. Ella o él puede asumir una conducta que agrade a su cónyuge demandante pero ese cambio, por no ser genuino sino forzado, no va a durar más de uno o dos meses. Saldrá otra vez a relucir la verdadera personalidad de ese individuo.
Dios no nos ha dado la tarea de reformadores, sino de aceptarnos recíproca-mente tal como somos. Con una actitud positiva vamos a descubrir que aún los defectos de nuestra pareja nos pueden resultar divertidos. Recordemos que nadie es mejor o peor que el otro. Somos diferentes, y esa diferencia es lo que le da el sabor y la variedad a la vida matrimonial.
Como parejas, tenemos que amarnos así como Cristo amó a la iglesia, Él nos acepta incondicionalmente, tal cual somos, y cuando voluntariamente nos dejamos guiar por su Espíritu nos vamos asemejando más al verdadero modelo. Nosotros no cambiamos por someternos a un proceso riguroso de reforma. Recordemos que nuestra personalidad nunca cambia. Con la personalidad que hemos nacido vamos a vivir toda nuestra vida. Lo único que se puede eliminar son los malos hábitos, eso es posible no por fuerza de voluntad, sino por la presencia de Jesús quien dijo “Sin mi nada podéis hacer”. Tan solo así gozaremos de una reforma genuina, completa y permanente.
Otro dato conveniente recordar es que cuando se produce una ruptura, el que se queda en casa demuestra más sabiduría. Con esa actitud está manifestando que no tiene razón para huir, y que seguirá siendo el soporte necesario para todos sus hijos especialmente para los que están en mayor desventaja. En cambio, el que se va de su lugar, es como el ave que abandona su nido. Es capaz de dejarlo a la intemperie, a su suerte, sin importarle el depredador, ni cómo queda cada uno de los polluelos.
Las consecuencias de un divorcio por lo general son devastadoras y de larga duración, sin tomar en cuenta la calidad de vida que se tuvo durante ese matrimonio. Si el matrimonio se caracterizó por haber sido estable y bueno, va a dejar un dolor muy difícil de erradicar, a causa de los recuerdos imborrables que quedaron en todos los miembros de la familia envuelta, y en el resto de los familiares de la pareja. Los más afectados son siempre los hijos, porque ellos no entienden ni aceptan las razones de una separación. Ellos se niegan a mirar que una desgracia de esta clase pudiera llamar a la puerta de su hogar algún día.
Si el matrimonio se caracterizó por ser inestable, con muchos malos entendidos y discordias que hicieron la vida insoportable, igualmente dejará mucho dolor y resentimiento por el hecho de haber confiado en alguien que no llenó las expectativas y por el mejor tiempo de la juventud que se fue sin haber sido aprovechado.
Es una tarea imposible para un niño tener que digerir la amarga realidad de que uno de sus padres ya no está más en casa, y que el único tiempo que tienen para compartir con el padre ausente es limitado y en un lugar neutral, porque el padre que se fue ya no pertenece a esa casa a la cual entraba y salía con toda libertad durante todos los años que vivieron juntos como una familia. Ahora en cambio, si quiere ver a sus hijos tiene que tocar la bocina de su auto frente a aquella casa que un día fue su hogar.
Esa visita, aunque trae felicidad a los hijos, es incompleta, porque siempre habrá un asiento vacío, ya sea en el auto, o en el parque de recreaciones, o en aquel restaurante que frecuentaban cuando el grupo familiar estaba completo.
En todo divorcio, siempre los más afectados son los hijos, no importa la edad que tengan, porque para todo hijo es vital la unidad entre sus padres. Si el niño está en edad escolar le va a afectar mucho en su rendimiento académico. Y el hecho de verse siempre con uno de sus padres mientras que la mayoría de sus compañeros andan y viven con ambos padres, hace que su amor propio se desvalorice demasiado. Además de confundirse, su mente se va a saturar de incógnitas cuyas explicaciones jamás lograrán satisfacer su alma infantil.
La separación de los padres hace que sus niños crezcan con temor; se les hace más difícil poder establecer amistades de larga duración. Se han vuelto desconfiados y creen que en cualquier momento y por cualquier causa van a ser puestos a un lado de su círculo social. De modo que se les hace más fácil permanecer lo suficientemente distantes como para que no los consideren como antisociales, ni tan envueltos, para que el posible rechazo tan temido no les resulte tan cruel.
Cuando esos niños llegan a la juventud siguen teniendo problemas de adaptación en el medio ambiente donde se encuentren; ya sea el colegio o su lugar de trabajo. Ellos sienten que han sido en parte responsables del divorcio de sus padres, y eso hace que se sientan perseguidos por un sentimiento de culpabilidad que los obliga a vivir a la defensiva...siempre huyendo de un fantasma inexistente que los induce a pensar en la adversidad antes de que los hechos se encajen en su lugar.
Ese sentimiento de fracaso les impide levantar vuelo en todas sus actividades. La frase: “Y SI ME VA MAL” les acompaña al comenzar todas sus empresas, por lo tanto, piensan que sería más prudente no iniciar nada que conlleve cierto riesgo, pero, la verdad es que toda empresa conlleva un grado de riesgos. Por otro lado, como estas personas magnifican esos riesgos, la lógica les dice que es mejor no despegar. Los comentarios emitidos no incluyen a todas aquellas personas que han logrado sobreponerse a los efectos negativos que un divorcio deja en las familias.
Cuando estas personas forman sus propios hogares, les acompaña el trauma que su matrimonio se puede derrumbar cada vez que entre ellos se presenta un problema igual o similar al que ellos acostumbraban ver entre sus padres. En estos casos, la pareja que está en ventaja por no acarrear ningún trauma, tiene el deber sagrado de darle a su cónyuge el respaldo emocional que le asegure una vida unida y armoniosa.
Ningún divorcio es justificable cuando hay hijos de por medio, a menos que exista violencia doméstica. En ese caso, la víctima tiene que armarse de valor y abandonar el hogar inmediatamente después del primer incidente de abuso, y regresar si lo desea una vez que el victimario dé señales convincentes y permanentes de una total recuperación. Esa es la única circunstancia en que los hijos aprueban una separación, más aún, ellos aplauden la dignidad de la persona que no se prestó para esa deshonra tan ruin. Ese sería el único caso que no deja huellas dolorosas en los hijos.
La unidad matrimonial es algo que debiera cultivarse y mantenerse tan saludable como sea posible con tal de evitar su vulnerabilidad, sabiendo que su deterioro envuelve a muchas personas en un dolor innecesario, y que puede evitarse si el círculo familiar se atiende a tiempo y a plenitud.
Cuando una pareja lleva una vida demasiado turbulenta, se piensa que lo más recomendable sería terminar con esa relación. Pero eso no mitiga el dolor porque se sufre por el tiempo y oportunidades desperdiciadas. Por ende, siempre existirá la auto recriminación: “¡por qué no hice esto, o aquello, cuando aún estaba a tiempo para hacerlo, pero...no lo hice!
Al no existir violencia doméstica, la pareja tiene que pedir la ayuda divina para que sus emociones maduren y así impedir que brote la violencia y vuelvan a tener un nuevo amor. Son muchas las parejas que descubren sus virtudes y gozan en esa base, en lugar de sacar a relucir solamente los puntos negativos.
No se logra ningún progreso cuando se trata de reformar a la otra persona. Ella o él puede asumir una conducta que agrade a su cónyuge demandante pero ese cambio, por no ser genuino sino forzado, no va a durar más de uno o dos meses. Saldrá otra vez a relucir la verdadera personalidad de ese individuo.
Dios no nos ha dado la tarea de reformadores, sino de aceptarnos recíproca-mente tal como somos. Con una actitud positiva vamos a descubrir que aún los defectos de nuestra pareja nos pueden resultar divertidos. Recordemos que nadie es mejor o peor que el otro. Somos diferentes, y esa diferencia es lo que le da el sabor y la variedad a la vida matrimonial.
Como parejas, tenemos que amarnos así como Cristo amó a la iglesia, Él nos acepta incondicionalmente, tal cual somos, y cuando voluntariamente nos dejamos guiar por su Espíritu nos vamos asemejando más al verdadero modelo. Nosotros no cambiamos por someternos a un proceso riguroso de reforma. Recordemos que nuestra personalidad nunca cambia. Con la personalidad que hemos nacido vamos a vivir toda nuestra vida. Lo único que se puede eliminar son los malos hábitos, eso es posible no por fuerza de voluntad, sino por la presencia de Jesús quien dijo “Sin mi nada podéis hacer”. Tan solo así gozaremos de una reforma genuina, completa y permanente.
Otro dato conveniente recordar es que cuando se produce una ruptura, el que se queda en casa demuestra más sabiduría. Con esa actitud está manifestando que no tiene razón para huir, y que seguirá siendo el soporte necesario para todos sus hijos especialmente para los que están en mayor desventaja. En cambio, el que se va de su lugar, es como el ave que abandona su nido. Es capaz de dejarlo a la intemperie, a su suerte, sin importarle el depredador, ni cómo queda cada uno de los polluelos.
LA DISCRIMINACIÓN
En la mayor parte de los casos, una mujer divorciada va a sufrir discriminación en diferentes lugares: en edificios de apartamentos de alquiler, en las iglesias, en el momento de solicitar una línea de crédito. Va a ser abusada financieramente por personas faltas de criterio como algunos mecánicos, carpinteros, plomeros y comerciantes que ven su vulnerabilidad para tomar ventaja de ellas. Todas estas personas tratarán de abultar los precios de sus servicios profesionales, porque saben que sus clientes son personas crédulas y sumisas. Se les recomienda a las tales, que se hagan acompañar de un familiar cada vez que tengan que beneficiarse de dichos servicios.
A esta lista de posibles situaciones usted puede agregar alguna experiencia personal o algo ocurrido a otra persona. Así podrá formar un cuadro más completo de todo lo que puede sufrir una madre tan solo por el hecho de no tener al padre de sus hijos junto a ella.
En la mayor parte de los casos, una mujer divorciada va a sufrir discriminación en diferentes lugares: en edificios de apartamentos de alquiler, en las iglesias, en el momento de solicitar una línea de crédito. Va a ser abusada financieramente por personas faltas de criterio como algunos mecánicos, carpinteros, plomeros y comerciantes que ven su vulnerabilidad para tomar ventaja de ellas. Todas estas personas tratarán de abultar los precios de sus servicios profesionales, porque saben que sus clientes son personas crédulas y sumisas. Se les recomienda a las tales, que se hagan acompañar de un familiar cada vez que tengan que beneficiarse de dichos servicios.
A esta lista de posibles situaciones usted puede agregar alguna experiencia personal o algo ocurrido a otra persona. Así podrá formar un cuadro más completo de todo lo que puede sufrir una madre tan solo por el hecho de no tener al padre de sus hijos junto a ella.
¿SOMOS UNA FAMILIA TODAVÍA?
Esta es una pregunta que está en la mente de todos los hijos que se ven emplazados por la separación de sus padres. En esos momentos ellos sufren un desconcierto tan grande que les impide ver su propia suerte con claridad. Por esa causa ellos necesitan saber que el padre que va a estar a su cuidado les va a ofrecer una seguridad permanente. Aunque ese padre se sienta necesitado de refuerzos emocionales, tendrá que sacar fuerzas de alguna reserva con tal de darles a sus hijos ese calor de hogar que tanto les urge.
No importa cuán grande sea el enojo que usted sienta contra su ex pareja, los hijos no tienen que imponerse de los resentimientos que hay entre sus padres. Por lo tanto, lo mejor que una madre puede hacer por sus hijos es hablar bien del padre de sus hijos, de igual manera, lo mejor que un padre puede hacer es hablar con nobleza acerca de la madre de ellos.
Aunque la realidad sea diferente, es mejor hacerlo de esa manera para evitarles una catástrofe más destructiva aún. Tal vez en el futuro ellos lleguen a comprender las razones que sus padres tuvieron para separarse. Sin embargo, es mejor que todo se olvide y se sepulte sin sacarlo jamás a la superficie.
Ese pequeño grupo familiar que logra permanecer unido deberá levantar un muro de protección contra personas bien intencionadas. En ocasiones, estas personas no saben manejar situaciones tan íntimas y sensitivas de la familia, por lo tanto, no logran el bien que se han propuesto. Ese muro tendrá que ser lo más tan hermético posible para evitar que las cicatrices se abran y vuelvan a sangrar.
La atención hacia los niños, bajo ninguna circunstancia, debiera verse disminuida. En la mayoría de los países existen grupos de apoyo emocional para las familias que sufren el efecto de una separación. Y si no existieran dichos grupos organizados, las familias afectadas debieran reunirse, no para llorar, sino para motivarse a brindar actividades que ayuden a fortalecer a todos sus participantes, comenzando por los niños más afectados.
Esta es una pregunta que está en la mente de todos los hijos que se ven emplazados por la separación de sus padres. En esos momentos ellos sufren un desconcierto tan grande que les impide ver su propia suerte con claridad. Por esa causa ellos necesitan saber que el padre que va a estar a su cuidado les va a ofrecer una seguridad permanente. Aunque ese padre se sienta necesitado de refuerzos emocionales, tendrá que sacar fuerzas de alguna reserva con tal de darles a sus hijos ese calor de hogar que tanto les urge.
No importa cuán grande sea el enojo que usted sienta contra su ex pareja, los hijos no tienen que imponerse de los resentimientos que hay entre sus padres. Por lo tanto, lo mejor que una madre puede hacer por sus hijos es hablar bien del padre de sus hijos, de igual manera, lo mejor que un padre puede hacer es hablar con nobleza acerca de la madre de ellos.
Aunque la realidad sea diferente, es mejor hacerlo de esa manera para evitarles una catástrofe más destructiva aún. Tal vez en el futuro ellos lleguen a comprender las razones que sus padres tuvieron para separarse. Sin embargo, es mejor que todo se olvide y se sepulte sin sacarlo jamás a la superficie.
Ese pequeño grupo familiar que logra permanecer unido deberá levantar un muro de protección contra personas bien intencionadas. En ocasiones, estas personas no saben manejar situaciones tan íntimas y sensitivas de la familia, por lo tanto, no logran el bien que se han propuesto. Ese muro tendrá que ser lo más tan hermético posible para evitar que las cicatrices se abran y vuelvan a sangrar.
La atención hacia los niños, bajo ninguna circunstancia, debiera verse disminuida. En la mayoría de los países existen grupos de apoyo emocional para las familias que sufren el efecto de una separación. Y si no existieran dichos grupos organizados, las familias afectadas debieran reunirse, no para llorar, sino para motivarse a brindar actividades que ayuden a fortalecer a todos sus participantes, comenzando por los niños más afectados.
LA RECUPERACIÓN
La recuperación tiene su período de duración el cual no se puede acortar para evitar caer en una nueva tragedia. Muchas personas creen estar completa-mente recuperadas cuando todavía no lo están y se lanzan prematuramente a la formación de una nueva relación, para sufrir un nuevo fracaso. De esa manera, si no hacen un alto en el camino, se van a causar a sí mismos un severo deterioro emocional.
Hay señales que muestran la sanidad emocional de alguien que viene saliendo del desgarro que produce un divorcio. Por ejemplo, la persona vuelve a funcionar a todo su potencial, tanto en sus trabajos y en su círculo social. Ya no se queja de su desgracia ni habla negativamente de su ex pareja y se le oye decir con gracia: “El tiempo que vivimos juntos fue bueno”.
“Si algún día vuelvo a casarme, será cuando esté completamente seguro (a) de que esa relación va a ser permanente”.
“Siento la necesidad de una persona adulta en mi vida”.
“Ya no volveré a cometer los mismos errores, la vida misma me lo ha enseñado”.
“Mis errores los recuerdo no para rumiarlos, sino como una lección bien aprendida”.
Tampoco hay que ignorar las pautas que los niños a veces suelen dar, especialmente cuando dicen: “Papá, queremos una nueva mamá, ó, mamá queremos un nuevo papá”. Ese mensaje no hay que ignorarlo porque ya lo han hablado entre ellos, por lo tanto, es algo de suma importancia. Es un clamor del alma que no se puede tomar livianamente para que no se sientan avasallados. Después de todo, hay lógica en creer que es mejor un buen padrastro a tiempo, antes que un padre desobligado y ausente.
El tema del divorcio es muy vasto con muchas ramificaciones y en algunos casos muy complicadas. Pero bien vale la pena tocarlo y hacer lo mejor que podamos con tal de salvaguardar lo único que es nuestro en la vida: lo único que lleva nuestra sangre, parte de nuestros huesos y carne de nuestra carne. Esos son tus hijos, ámalos y cuídalos entrañablemente. Si lo haces, te bendecirán el día de mañana. Y si los abandonas, no desearán conocerte. ¡PIÉNSALO!
La recuperación tiene su período de duración el cual no se puede acortar para evitar caer en una nueva tragedia. Muchas personas creen estar completa-mente recuperadas cuando todavía no lo están y se lanzan prematuramente a la formación de una nueva relación, para sufrir un nuevo fracaso. De esa manera, si no hacen un alto en el camino, se van a causar a sí mismos un severo deterioro emocional.
Hay señales que muestran la sanidad emocional de alguien que viene saliendo del desgarro que produce un divorcio. Por ejemplo, la persona vuelve a funcionar a todo su potencial, tanto en sus trabajos y en su círculo social. Ya no se queja de su desgracia ni habla negativamente de su ex pareja y se le oye decir con gracia: “El tiempo que vivimos juntos fue bueno”.
“Si algún día vuelvo a casarme, será cuando esté completamente seguro (a) de que esa relación va a ser permanente”.
“Siento la necesidad de una persona adulta en mi vida”.
“Ya no volveré a cometer los mismos errores, la vida misma me lo ha enseñado”.
“Mis errores los recuerdo no para rumiarlos, sino como una lección bien aprendida”.
Tampoco hay que ignorar las pautas que los niños a veces suelen dar, especialmente cuando dicen: “Papá, queremos una nueva mamá, ó, mamá queremos un nuevo papá”. Ese mensaje no hay que ignorarlo porque ya lo han hablado entre ellos, por lo tanto, es algo de suma importancia. Es un clamor del alma que no se puede tomar livianamente para que no se sientan avasallados. Después de todo, hay lógica en creer que es mejor un buen padrastro a tiempo, antes que un padre desobligado y ausente.
El tema del divorcio es muy vasto con muchas ramificaciones y en algunos casos muy complicadas. Pero bien vale la pena tocarlo y hacer lo mejor que podamos con tal de salvaguardar lo único que es nuestro en la vida: lo único que lleva nuestra sangre, parte de nuestros huesos y carne de nuestra carne. Esos son tus hijos, ámalos y cuídalos entrañablemente. Si lo haces, te bendecirán el día de mañana. Y si los abandonas, no desearán conocerte. ¡PIÉNSALO!
(cortesía www.lavoz.org/)
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