«Sol, detente en Gabaón» (Josué 10:12, 14).
P. El pasaje citado contiene para los lectores de la Biblia
una de las mayores dificultades que ofrecen las Escrituras.
«Entonces Josué habló a Jehová, el día que Jehová entregó
el Amorreo delante de los hijos de Israel y dijo en
presencia de los israelitas:
Sol, detente en Gabaón;
y tú, Luna, en el valle de Ajalón.
Y el sol se detuvo y la luna se paró,
hasta tanto que la gente se hubo vengado de sus enemigos.
¿No está escrito en el libro de Jasher? Y el sol se paró
en medio del cielo y no se apresuró a ponerse casi un día
entero. Y nunca fue tal día, antes ni después de aquél,
habiendo atendido Jehová a la voz de un hombre; porque
Jehová peleaba por Israel»
Dice un científico: «El milagro de Josué es el caso más
palpable de la Escritura y la Ciencia reñidas.»
R. Los incrédulos y enemigos pronunciados, contra
las Escrituras, afirman que no puede ser verdadero este
acontecimiento, pues si se detuviera el sol, como dice el
texto, quedaría trastornado todo el curso de la naturaleza.
Si la afirmación de los incrédulos es verdad o no, nadie lo
puede decir. Su opinión es una hipótesis. Pero, ciertamente,
Aquel que hizo el sol y la tierra y todo el universo, podría
haber mantenido el equilibrio, aun cuando el sol se
detuviera, o mejor dicho, aun cuando la tierra se detuviera
sobre su eje, y el sol pareciera detenerse.
Mediante un estudio cuidadoso del pasaje, descubrimos que no dice que el
sol se paró. La palabra hebrea del original significa guardar
silencio y retardarse, detenerse. De modo que según el texto, el sol y la luna
no pararon absolutamente en su movimiento,
sino que se detuvieron o tardaron en desaparecer de la vista humana.
El cielo consta de dos mitades, la una visible para nosotros,
la otra visible al otro lado del globo. Sí es bien considerado:
el hecho relatado evidentemente es que tuvo lugar
en aquel día en Gabaón, en el valle de Ajalón, un suceso
que ocurre cada año, cerca del Polo Norte, a saber, que el
sol permaneció visible como un día entero de 24 horas.
Cómo se realizó esto, no lo sabemos. Podría ser por reflejo
de rayos de luz del sol, visibles no sólo en Ajalón,
sino, según parece, en el mundo entero; pero no hubo necesidad
ninguna de un descalabro de todo el sistema planetario,
como pretenden los incrédulos.
Que esto ocurrió realmente como está relatado, es asunto
de la historia. La Historia Sagrada lo relata, y es bien
digno de recordar que la profana lo confirma. El historiador
griego Herodoto nos dice que los sacerdotes de Egipto
le enseñaron un relato de un día prolongado. Los escritos
chinos afirman que hubo un día así en el reino del emperador
Yeo, que se cree contemporáneo de Josué. Los mejicanos
también conservan el recuerdo del sol que se detuvo
un día entero en el año que se supone corresponder exactamente
al tiempo de la guerra de Josué en Palestina.
Nada hay de valor positivo para probar que no hubo tal día. Así
es que, bien considerado, lo que se dice constituir «el caso
más palpable de la Escritura y la ciencia reñidas», no
constituye de ningún modo tal caso; pues en este punto,
ni la Escritura y la ciencia, ni la Escritura y la historia
están reñidas.
Pero de todos modos, el acontecimiento ese fue un milagro,
y nadie que crea en Dios creador del universo entero,
y en un Dios que se ha demostrado históricamente resucitó
de los muertos a Cristo Jesús, tropieza jamás en el
hecho de un milagro. Un Dios sin milagros no es Dios.
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