Testimonio cristiano. Richard Wurmbrand TORTURADO POR CRISTO




 (A la memoria del matrimonio Wurmbrand, que Dios les tenga en su Gloria)
 

Presentando al autor 

El Rev. Richard Wurmbrand (†17 de Febrero de 2001 a los 92 años) es una pastor evangélico que pasó catorce años en cárceles comunistas en Rumanía, su patria. Es uno de sus más renombrados dirigentes cristianos, autores y educadores. Pocos nombres son tan conocidos en su país.


En 1945, cuando los comunistas ocuparon Rumanía, e intentaron controlar a las iglesias para sus propios fines, Richard Wurmbrand comenzó de inmediato un efectivo y vigoroso “ministerio subterráneo” entre sus compatriotas esclavizados y los soldados invasores rusos. Finalmente fue arrestado en 1948, en compañía de su esposa Sabina (†11 agosto de 2000). Ella fue condenada a tres años de trabajos forzados. Richard Wurmbrand pasó tres años de confinamiento solitario, sin ver a nadie, con excepción de sus guardias comunistas. Después de tres años fue transferido a una celda común por cinco años más, donde continuaron sus torturas.

Debido a su prestigio internacional como líder cristiano, algunos diplomáticos de las embajadas de los países occidentales comenzaron a interesarse por su seguridad. Se les informó que había huido de Rumanía. Por otro lado policías secretos, haciéndose pasar por ex-compañeros de cárcel, contaron a su esposa cómo habían presenciado su entierro en el cementerio de la cárcel. Tanto a su familia en Rumanía como a sus amigos en el exterior se les aconsejó que era mejor olvidarlo, ya que estaba muerto.

Después de ocho años fue puesto en libertad e inmediatamente reanudó su labor en la Iglesia Subterránea. Dos años más tarde, en 1959, fue vuelto a arrestar y sentenciado a veinticinco años de cárcel.

El Sr. Wurmbrand fue puesto en libertad otra vez en una amnistía general en 1964, y continuó su ministerio subterráneo. Conscientes del peligro que significaba para él un tercer arresto, los cristianos de Noruega negociaron su salida de Rumanía con las autoridades comunistas. El gobierno comunista había comenzado a “vender” a sus presos políticos. El precio habitual de rescate por un preso era de 2.000 dólares; pero por él pidieron 10.000 dólares.

En mayo de 1966, mientras prestaba declaraciones ante el Sub-Comité de Seguridad Interior del Senado norteamericano en Washington, se desnudó hasta la cintura para que pudieran ver las dieciocho profundas cicatrices que le habían dejado las atroces torturas a que fue sometido durante su encarcelamiento. Los periódicos norteamericanos, europeos y de Asia contaron al mundo su dramática historia. En el mes de septiembre de ese mismo año se le advirtió que el régimen comunista de Rumanía había dispuesto su asesinato. Mas, ni siquiera aquellas amenazas de muerte pudieron silenciar su voz. Ha sido llamado “La Voz de la Iglesia Subterránea”. Líderes cristianos lo han llamado “un mártir viviente” y “el Pablo de la Cortina de Hierro”.

La Iglesia Mártir de Hoy
TORTURADO POR CRISTO
Richard Wurmbrand


Un ateo encuentra a Dios


Fui criado en una familia donde ninguna religión era reconocida. Por lo tanto, en mi niñez no tuve ninguna instrucción religiosa. A los catorce años era ya un convencido y empedernido ateo. Era el lógico resultado de mi amarga niñez. Quedé huérfano a muy temprana edad y conocí la pobreza en aquellos difíciles años de la Primera Guerra Mundial. De allí que, a mis catorce años, fuera un ateo tan convencido como lo son hoy los comunistas. Había leído libros sobre ateísmo y ello no significaba meramente que no creyese en Dios o en Cristo.... odiaba esos conceptos por considerarlos perjudiciales a la mente humana. Y así crecí, sintiendo amargura y resentimiento hacia la religión.

Pero, como llegué a entender, más tarde, había sido elegido por la gracia de Dios, por razones que no alcanzaba a comprender. Esas razones no tenían nada que ver con mi carácter, pues éste era muy malo.

Aún cuando me consideraba un ateo, algo incomprensible dentro de mí me atraía hacia las iglesias. Me resultaba difícil pasar frente a una iglesia sin sentir necesidad de entrar. No obstante, nunca podía entender lo que sucedía dentro de esos lugares. Escuchaba los sermones, pero éstos no apelaban a mi corazón, y no me sentía ni afectado ni conmovido por ellos. Tenía la absoluta seguridad de que Dios no existía. Aborrecía el concepto errado que tenía de Dios como un amo al que había que obedecer. Sin embargo, mucho me habría agradado saber que en algún lugar en el centro de este universo existiera un corazón de amor. Había conocido tan pocos de los goces de la niñez y la juventud, que anhelaba encontrar en alguna parte una corazón que estuviera latiendo de amor por mí también.

Sabía que Dios no existía, pero me lamentaba que no existiera tal Dios de amor. En cierta oportunidad, movido por este conflicto espiritual interior, entré en una Iglesia Católica. Observé a la gente arrodillada, y me di cuenta que estaban murmurando algo. Rezaban una plegaria a la Santa Virgen:

“Ave María, llena eres de Gracia”. Repetí esas palabras una y otra vez, mirando a la imagen de la Virgen María, pero no sucedió nada lo que me causó gran pesar.

Un día, a pesar de ser un ateo convencido, oré a Dios. Más o menos mi oración fue así:

“Dios, tengo el convencimiento absoluto que Tú no existes, pero por si acaso existieras, cosa que dudo, no es mi deber creer en Ti, pero sí es Tu obligación revelarte a mí”. Sí, yo era ateo, pero eso no traía paz a mi corazón.

Durante este período de conflicto interior, como lo vine a descubrir más tarde en un pueblito situado en las montañas de Rumanía, un carpintero anciano oraba de esta manera:

“Mi Dios, te he servido aquí en la tierra y te pido que me des una recompensa tanto aquí como en el Cielo. La recompensa que quiero es que no muera sin antes haber traído a Ti a un judío, puesto que Jesús era judío. Pero soy pobre y estoy viejo y enfermo, no puedo salir de aquí en busca de uno de ellos, y bien sabes que en este pueblo no vive ninguno. Trae, Señor, un judío hasta acá, y haré todo lo que esté en mí para llevarlo a Cristo”.

Algo irresistible me atrajo a ese pueblo. Yo no tenía nada que hacer allí. Existen doce mil pueblos semejantes en Rumanía. Sin embargo, yo viajé a ese pueblo. Viendo el carpintero que yo era judío, me llenó de atenciones como nunca una hermosa muchacha se vio atendida. En mí había visto la respuesta a su oración, y me obsequió una Biblia. Yo había leído muchas veces la Biblia, pero sólo por interés cultural. En cambio, la Biblia que me obsequiara aquel anciano me dio la impresión de ser totalmente diferente. Esta parecía no estar escrita simplemente con letras, sino con las llamas de amor de sus ardientes oraciones. Según me confesó más tarde, él y su esposa habían pasado horas enteras orando por mi conversión y la de mi mujer. Me resultaba difícil leerla, pues sólo atinaba a llorar cuando comparaba mi vida con la vida de Jesús; mis impurezas con su pureza; mi odio con su amor. Mas a pesar de eso me aceptó como uno de los suyos.

Al poco tiempo se convirtió mi esposa. Ella atrajo a otras almas a Cristo, las que a su vez atraían a otros a nuestra fe. De esta manera nació una nueva congregación luterana en Rumanía.

Entonces llegó el nazismo. Teníamos mucho que sufrir. El nazismo tomó la forma de una dictadura de elementos ultra-ortodoxos que persiguieron a los grupos protestantes, además de los judíos.

Aún antes de mi ordenación formal y de que estuviera preparado para el pastorado, era el líder virtual de esta Iglesia recién fundada. Tenía la responsabilidad de ella. Mi esposa y yo fuimos arrastrados varias veces a los tribunales. El terror nazi fue muy grande, empero era un anticipo de lo que vendría: el Comunismo. Mihai, mi hijito, debió adoptar un nombre no judío para poder escapar de la muerte.

A pesar de todo, la era del nazismo nos proporcionó una gran ventaja, pues nos enseñó que los golpes físicos podían ser soportados, puesto que el espíritu humano, con la ayuda de Dios, puede sobrevivir a las más horribles torturas. Además nos obligaron a adoptar los métodos del trabajo cristiano en secreto, que nos sirvieron como entrenamiento para la prueba aún más terrible que estaba por venir y que, sin saberlo, ya se aproximaba.


Mi ministerio con los rusos


El remordimiento de mi pasado ateo me hizo anhelar desde el primer día de mi conversión el testificar de mi fe a los rusos. Ellos son un pueblo criado desde la infancia en el ateísmo. Mis deseos de alcanzar a los rusos para Cristo se han cumplido. Su cumplimiento comenzó en los años del nazismo, pues había muchos prisioneros de guerra rusos en Rumanía, entre los cuales podíamos hacer nuestra obra.

Fue una labor conmovedora y dramática. Jamás olvidaré mi primer encuentro con un prisionero ruso, quien me contó que era ingeniero. Le pregunté si creía en Dios. Si me hubiera dicho “no”, no me habría importado tanto, puesto que cada hombre tiene el derecho de creer o no creer. Pero ante mi pregunta si creía en Dios levantó sus ojos sin comprender y me respondió: “Mis superiores militares no me han dado ninguna orden para creer. Si tuviera una orden, creería”.

Las lágrimas corrieron por mis mejillas, y sentí como si el corazón se destrozara dentro de mí. Allí, frente a mí, había un hombre cuya mente estaba como muerta. Un hombre que había perdido el don más preciado que Dios concede al ser humano: tener su propia personalidad. Era sólo un instrumento, con el cerebro lavado, en manos de los comunistas, dispuesto a creer o no, según se lo ordenaran. No tenía capacidad para pensar por sí mismo. ¡Era un ruso típico después de tantos años de dominación comunista! Después del impacto de ver lo que el comunismo había hecho con los seres humanos, prometí a Dios dedicar mi vida a esos hombres, para ayudarles a recuperar su personalidad y llevarles a la fe en Dios y en Jesucristo.

No necesité ir a Rusia para alcanzar a los rusos.

A partir del 23 de agosto de 1944, un millón de soldados rusos entraron en Rumanía, y poco después los comunistas llegaron al poder en nuestro país. Entonces comenzó la horrenda pesadilla, ante la cual el sufrimiento bajo el nazismo parecía poca cosa.

En ese entonces en Rumanía, que ahora tiene diecinueve millones de habitantes, el partido comunista tenía solamente diez mil miembros. Sin embargo, Vishinsky, ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, irrumpió en la oficina de nuestro muy amado rey Michael I, golpeó en la mesa con los puños, y dijo: “Usted debe nombrar comunistas para el gobierno”. Nuestro ejército y policía fueron desarmados y así, por la violencia, y odiados por casi todos, los comunistas llegaron al poder. Esto sucedió con la pasiva cooperación de los gobernantes ingleses y norteamericanos de aquel tiempo.

Los hombres son responsables ante Dios no solamente por sus propios pecados, sino también por los de su nación.

La tragedia de todos los países cautivos constituye una responsabilidad en los corazones de los cristianos ingleses y norteamericanos. Los norteamericanos deben saber que en algunas oportunidades han ayudado, sin darse cuenta, a que los rusos nos hayan impuesto regímenes de terror y muerte. Los norteamericanos deben expiar estas faltas, ayudando a los pueblos cautivos para que llegue hasta ellos la luz de Cristo.


El idioma del amor y el idioma de la seducción son la misma cosa


Una vez que los comunistas estuvieron en el poder, hábilmente pusieron en práctica sus métodos de seducción para conquistarse la Iglesia. El idioma del amor y de la seducción son idénticos. Tanto el que desea a una joven para hacerla su esposa, como el que sólo la desea para tenerla una noche y después desecharla, dicen: “Te quiero”. Jesús nos enseñó a distinguir entre el lenguaje de la seducción y el del amor, como también a discernir a los lobos con la piel de oveja de las verdaderas ovejas.

Cuando los comunistas consiguieron el poder, miles de sacerdotes, pastores y ministros no supieron distinguir ambas voces.

Los comunistas convocaron un congreso de todos los grupos cristianos, en el edificio de nuestro parlamento. Asistieron unos cuatro mil sacerdotes y pastores que eligieron nada menos que a ¡José Stalin como presidente honorario de dicho congreso! Al mismo tiempo él era el presidente del movimiento mundial ateo, y un asesino en masa de los cristianos. Uno tras otro, obispos y pastores se levantaron en aquel recinto para declarar que el comunismo y el cristianismo fundamentalmente son los mismo y que por lo tanto podían coexistir. Un ministro tras otro ensalzó al comunismos y aseguró al nuevo gobierno que podría contar con la lealtad de la Iglesia.

Mi esposa y yo estábamos presentes en ese Congreso. Ella, que estaba sentada cerca de mí, me dijo: “Richard, levántate y limpia la cara de Cristo de tanta vergüenza! Están escupiendo en su cara.” Le dije: “Si lo hago, pierdes a tu esposo.” Ella respondió: “No deseo tener a un cobarde por esposo.”

Entonces me levanté y hablé a los congresistas, alabando no a los asesinos de los cristianos, sino a Dios y su Hijo Jesucristo, afirmando que nuestra lealtad se debía en primer lugar a Él. Los discursos de aquel congreso eran difundidos por radio, así es que se pudo escuchar el mensaje de Cristo en todo el país, proclamado desde la misma tribuna del Parlamento Comunista. Después tuve que pagar por semejante temeridad, pero había valido la pena.

Los dirigentes de las Iglesias protestantes y ortodoxas competían entre sí en su afán de ceder al comunismo. Un obispo ortodoxo colocó el emblema de la hoz y el martillo en sus vestiduras eclesiásticas y solicitó a sus sacerdotes que no se dirigieran más a él como “su señoría”, sino como “camarada obispo”. En otra oportunidad asistí al congreso bautista en el pueblo de Resita, que se efectuó bajo la sombra de la bandera roja, donde todos se pusieron de pie al entonarse el himno nacional de la Unión Soviética. El presidente de los bautistas declaró que Stalin no hizo más que cumplir con los mandamientos de Dios, y lo alabó como un gran maestro de la Biblia.

Algunos sacerdotes, como Patrascoiu y Rosianu fueron más directos, convirtiéndose en miembros de la Policía Secreta. Rapp, obispo auxiliar de la Iglesia Luterana en Rumanía, comenzó a enseñar en el seminario teológico que Dios había dado tres revelaciones: una a través de Moisés, otra a través de Jesús, y una tercera a través de Stalin que superaba aún a la anterior.

Debo aclarar que los verdaderos bautistas, por quienes siento un verdadero aprecio, no estaban de acuerdo y mantuvieron intacta su fe en Cristo, sufriendo mucho a causa de ello. Sin embargo, los comunistas “eligieron” a sus dirigentes y los bautistas no tuvieron más remedio que aceptarlos. La misma condición se mantiene hoy en las altas esferas de dirección religiosa.

Aquellos que se convirtieron en siervos del comunismo en lugar de siervos de Cristo, comenzaron a denunciar a los hermanos que no se unían a ellos.

Así como los cristianos rusos formaron una Iglesia Subterránea después de la revolución rusa, la ascensión al poder del comunismo y la traición de fatuos dirigentes de la iglesia oficial nos obligó a fundar también en Rumanía una Iglesia Subterránea que fuera fiel a su fe, que predicara el Evangelio y que ganara a los niños para Cristo. Los comunistas prohibieron todo esto y la Iglesia Oficial consintió.

Junto con otros comencé una obra secreta. Exteriormente yo mantenía una posición bastante respetable que nada tenía que ver con mi verdadera obra clandestina, pero que me servía de pantalla para ocultarla. Yo era pastor de la Misión Luterana Noruega y al mismo tiempo era el representante del Consejo Mundial de Iglesias para Rumanía. (Cabe destacar que en Rumanía no teníamos la más remota idea que esa organización algún día podría cooperar con el comunismo. Por aquel entonces se dedicaba a mantener programas de ayuda en nuestro país). Estos dos títulos me dieron una buena reputación ante las autoridades, que nada sabían de mi obra clandestina.

La misma tenía dos facetas.
La primera era nuestro ministerio secreto entre el millón de soldados rusos.
La segunda faceta era nuestro ministerio subterráneo al esclavizado pueblo rumano.

Los rusos: un pueblo de almas “sedientas”


Para mí, el predicar el Evangelio a los rusos es el cielo en la tierra. Yo he predicado el Evangelio a hombres de muchas naciones, pero nunca he visto a un pueblo tan sediento del Evangelio como los rusos.

Un sacerdote ortodoxo amigo mío me telefoneó un día para comunicarme que un oficial ruso había acudido a él para confesarse. Como él no sabía ruso, y yo en cambio sí, le había dado mi dirección. El hombre vino a verme al día siguiente. El amaba a Dios, aunque nunca había visto una Biblia, ni jamás había asistido a ningún servicio religioso (pues existen muy pocas iglesias en Rusia). No tenía la menor instrucción religiosa, pero amaba a Dios a pesar de no tener ni el más elemental conocimiento de Él.

Comencé a leerle el Sermón de la Montaña y las parábolas de Jesús. después de escucharlas, en un arranque de alegría, se puso a danzar por todo el cuarto, exclamando: “¡Qué maravillosa belleza! ¡Como pude vivir sin saber nada de este Cristo!” Fue la primera vez que veía a alguien tan cautivado por la persona de Cristo.

Fue entonces que cometí un error. Le leí acerca de la pasión y crucifixión de Jesús, sin haberlo preparado para ello. El no lo esperaba, pues cuando escuchó cómo Cristo fue abofeteado, cómo fue crucificado y al fin murió, cayó en un sillón y comenzó a llorar amargamente. ¡Había creído en un Salvador y ahora su Salvador estaba muerto!

Al observarle me sentí avergonzado de llamarme cristiano y pastor, de ser un maestro para los demás y, sin embargo, jamás haber compartido los sufrimientos de Cristo en la forma que este oficial ruso ahora los compartía. Mirándole, me pareció volver a ver a María la Magdalena llorando al pie de la cruz; llorando fielmente aun cuando Jesús yacía en la tumba.

Luego le leí la historia de la Resurrección. El no sabía que su Salvador había resucitado de la tumba. Cuando escuchó estas maravillosas nuevas, se golpeó las rodillas profiriendo una palabra bastante grosera, aunque en ese momento la consideré Aceptable, y aún quizás “santa”. Era su cruda manera de expresarse. Nuevamente se regocijaba, gritando de alegría: “¡El vive! ¡El vive!”, y danzaba, dominado por la felicidad.

“Oremos”, le dije, pero él no sabía orar, a nuestra manera por lo menos. Cayó de rodillas junto a mí, y las palabras que brotaron de sus labios fueron: “¡Oh Dios, qué magnífico eres. Si Tú fueras yo y yo fuese Tú, nunca te habría perdonado Tus pecados. Eres en realidad magnífico y yo te amo de todo corazón!”

Pienso que todos los ángeles en el cielo se detuvieron para escuchar esta sublime oración de un oficial ruso. ¡El hombre había sido ganado para Cristo!

En un negocio encontré a un capitán ruso con una dama que era también oficial del ejército; compraban una gran cantidad de cosas, pero tenían dificultades para hacerse entender con el vendedor, ya que él no entendía el ruso. Me ofrecí para actuar de intérprete para ellos, y trabamos amistad. Les invité a casa para almorzar, y antes de comenzar a comer les dije: “Ustedes están en una casa cristiana y nosotros tenemos la costumbre de orar”. Oré en ruso. Entonces dejaron los cubiertos sobre la mesa y perdieron el interés en la comida. Comenzaron a hacer pregunta tras pregunta acerca de Dios, de Jesucristo y la Biblia. Ellos no sabían nada.

No fue fácil hablarles. Les narré la parábola de un hombre que tenía cien ovejas y perdió una; pero no me entendieron, porque me preguntaron: “¿Cómo es posible que tenga cien ovejas y que no se las haya quitado la granja colectiva comunista?” Entonces les dije que Jesús es un rey. A esto me contestaron: “Todos los reyes han sido hombres malos que tiranizaban a su pueblo, y Jesús por lo tanto tiene que haber sido un tirano también”. Cuando les narré la parábola de los obreros de la viña, ellos dijeron: “Bueno, esos hombres hicieron muy bien en rebelarse contra el propietario de la viña. La viña tiene que pertenecer a la granja colectiva.” Todo era nuevo para ellos. Al relatarles el nacimiento de Jesús, sus preguntas podrían parecer, en labios de un occidental, una blasfemia: “¿Era María la esposa de Dios?” Fue entonces que comprendí, al discutir con ellos y muchos otros, que para predicarles el Evangelio a los rusos, después de tantos años de comunismo, tendríamos que usar un idioma totalmente nuevo.

Los misioneros que fueron al África Central tuvieron dificultades para traducir las palabras del profeta Isaías: “Si tus pecados fueron rojos como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”. Nadie, en esa parte de África Central, había visto la nieve. Ni siquiera existía la palabra “nieve”. Por lo tanto tuvieron que traducir: “Tus pecados serán blancos como la pulpa del coco”.

Así también tuvimos que traducir el Evangelio al lenguaje marxista para hacerlo comprensible a ellos. Era algo que no podíamos solos, mas el Espíritu Santo lo hizo a través nuestro.

En ese mismo día se convirtieron el capitán y el oficial. Después, ellos nos ayudaron mucho en nuestro ministerio clandestino con los rusos.

Imprimimos y distribuimos en forma secreto muchos miles de Evangelios y otra literatura cristiana entre los rusos. A través de los soldados rusos convertidos pudimos introducir de contrabando muchas Biblias y porciones bíblicas en Rusia.

Usamos otra técnica para hacer llegar copias de la Palabra de Dios a las manos de los rusos. Los soldados rusos habían estado peleando varios años, y muchos de ellos tenían en su patria hijos que no habían visto en todo ese tiempo (Los rusos tienen un gran cariño por los niños). Mi hijo Mihai y otros pequeños, menores de diez años, iban a las calles y parques llevando con ellos muchas Biblias, Evangelios, y otra literatura en los bolsillos. Los soldados rusos los acariciaban en la cabeza y les hablaban cariñosamente, pensando en sus propios hijos que no habían visto por tantos años. Luego les daban chocolates o dulces a los niños, quienes, a su vez, les daban algo a cambio: Biblias y Evangelios, que eran aceptados gustosamente. A menudo, lo que era peligroso para nosotros hacer abiertamente, podía ser hecho por nuestros hijos sin ningún riesgo. Eran nuestros “pequeños misioneros” para los rusos. Los resultados fueron excelentes. Muchos soldados rusos recibieron de este modo el Evangelio, que de otra manera no hubiéramos podido darles.


Predicando en los cuarteles del ejército ruso


Nuestra labor entre los rusos no sólo se limitó a la obra personal, sino que también tuvimos la oportunidad de realizar reuniones con grupos pequeños.

A los rusos les gustaban muchos los relojes. Se lo robaban a cuanta persona se encontraban. Aún detenían a las personas en la calle para ese fin, y había que entregárselo. Se les podía ver usando varios relojes al mismo tiempo, preferentemente en los brazos; y aún a las mujeres oficiales con relojes despertadores colgando de sus cuellos. El rumano que deseara tener un reloj tenía que ir a los cuarteles del Ejército Soviético para comprar uno robado; a menudo adquiría su propio reloj. Así pues era común ver a los rumanos entrar en los cuarteles rusos; y esto nos proporcionó a nosotros, los de la Iglesia Subterránea, un excelente pretexto para ir allí también, a comprar relojes.

Elegí la festividad ortodoxa de San Pablo y San Pedro como la primera fecha para ir a los cuarteles rusos. Pretestando querer adquirir un reloj fui a la base militar. Con el fin de ganar tiempo, simulaba rechazar uno por encontrarlo muy caro; otro, por ser muy chico y otro por más grande. Como lógica consecuencia, se juntó a mi alrededor un grupo de soldados que me ofrecieron algo para comprar. En son de broma les pregunté: “¿Alguno de ustedes se llama Pablo o Pedro?” Algunos respondieron afirmativamente. Entonces les dije: “¿Sabían ustedes que hoy es el día en que vuestra Iglesia Ortodoxa honra a San Pablo y San Pedro?” Nadie lo sabía, así que comencé a contarles acerca de ellos. Uno de los soldados rusos me interrumpió para decirme: “Tú no has venido a comprar relojes. Has venido para hablarnos de la fe. ¡Siéntate aquí y háblanos!, pero ¡ten cuidado! Sabemos de quienes tenemos que cuidarnos. Cuando coloque mi mano en tu rodilla deberás hablar solamente de relojes. Cuando la retire puedes continuar con tu mensaje.” Tenía ya junto a mi un grupo bastante numeroso de soldados, a los que seguí contándoles acerca de Pablo y Pedro, y en especial de Cristo por quien ellos murieron. Al acercarse de cuando en cuando alguno en quien no tenía confianza, el soldado ponía su mano sobre mi rodilla y de inmediato comenzaba a hablar acerca de los relojes. Tan pronto éste se alejaba, volvía a predicarles de Cristo.

Con la ayuda de soldados rusos cristianos, pude repetir esta visita muchas veces. Muchos de sus camaradas encontraron a Jesús, y miles de Evangelios fueron repartidos secretamente.

Lamentablemente, muchos de nuestros hermanos y hermanas de la Iglesia Subterránea que fueron sorprendidos en estas actividades, fueron brutalmente flagelados. No obstante, jamás traicionaron nuestra organización.

Durante esta labor, tuvimos el gozo de conocer a hermanos de la Iglesia Subterránea rusa, como también escuchar sus experiencias. En primer lugar, pudimos apreciar en ellos lo que convierte a los hombres en grandes santos. Habían pasado a través de tantos años de adoctrinamiento comunista. Algunos incluso habían estado en las universidades comunistas; y sin embargo, al igual que el pez que vive en aguas saladas pero que mantiene dulce su carne, así también ellos habían pasado a través de las escuelas comunistas manteniendo sus almas limpias y puras en Jesucristo.

¡Estos rusos cristianos tenían almas tan preciosas! Nos manifestaban: “Sabemos que la estrella con la hoz y el martillo que usamos en nuestras gorras es la estrella del Anticristo”, y lo decían con gran tristeza. Su ayuda nos fue inapreciable para poder extender el Evangelio entre otros soldados rusos.

Ellos poseían todas las virtudes cristianas, menos el gozo. Lo demostraban solamente en el momento de la conversión, pero luego desaparecía. Como esto no dejara de extrañarme, un día le pregunté a uno de ellos, un bautista: “¿Cómo es posible que ustedes no conozcan el gozo?” Me contestó: “¿Cómo puedo yo estar gozoso cuando tengo que esconder del pastor de mi iglesia el hecho de ser un ferviente cristiano, que dedico tiempo a la oración y trato de ganar almas para Cristo? El pastor de mi iglesia es un delator de la policía secreta. Somos espiados el uno por el otro, y son los pastores quienes traicionan a sus rebaños. El gozo de la salvación existe en lo más profundo de nuestro corazón, pero esa manifestación externa del gozo que ustedes poseen no podemos mostrarla nunca más.”

“El cristianismo ha llegado a ser dramático para nosotros. Cuando ustedes, que son cristianos libres, ganan un alma para Cristo, ganan un miembro para sus iglesias, que lleva una plácida existencia. Pero cuando nosotros ganamos a un hombre sabemos que éste puede ser encarcelado, y que sus hijos pueden quedar huérfanos. El gozo de conquistar un alma para Cristo se mezcla con el sentimiento de que hay un precio que es necesario pagar.”

Habíamos encontrado un tipo de cristiano enteramente diferente: el cristiano de la Iglesia Subterránea.

Aquí también hallamos muchas sorpresas.
Así como hay muchos que creen que son cristianos, y en realidad no lo son, así entre los rusos encontramos a muchos que se dicen ateos y que en verdad no lo son.

Conversamos con un matrimonio ruso, ambos escultores. Cuando les hablé de Dios, me contestaron: “No, Dios no existe. Nosotros somos “Bezboshniki”(ateos). Pero permítanos contarle una curiosa experiencia que nos sucedió.

“Una vez, mientras esculpíamos una estatua de Stalin, mi esposa me preguntó:
“Querido, ¿qué piensas de los pulgares? Si no pudiésemos oponer el pulgar a los otros dedos, si los dedos de las manos fuesen como los de los pies, no podríamos sostener el martillo, un mazo, o cualquier otra herramienta, un libro o aún un trozo de pan. La vida humana sería imposible sin el dedo pulgar. Dime ahora, ¿quién hizo el pulgar? Ambos aprendimos el marxismo en la escuela y sabemos que el cielo y la tierra no fueron creados por Dios, sino que existen por sí mismos, pues así lo hemos aprendido y así lo creemos. Si Dios no ha creado el cielo y la tierra, pero solamente hubiese creado el pulgar, por esa pequeña cosa debería ser aclamado.

“Nosotros elogiamos a Edison, a Bell y a Stephenson por haber inventado la bombilla o lámpara de luz eléctrica, el teléfono y el ferrocarril. ¿No deberíamos entonces elogiar al que inventó el dedo pulgar? Si Edison no hubiese tenido ese dedo no podría haber inventado nada. Si aceptamos que Dios creó el dedo pulgar es justo que lo elogiemos por ello”.

El marido se enojó mucho, cosa que a menudo ocurre con los maridos cuando sus esposas dicen algo acertado. “¡No hables tonterías! Has aprendido que no hay Dios. Por otra parte, nunca podremos estar seguros que no hay en esta casa algunos micrófonos ocultos que nos puedan acarrear problemas. Convéncete de una vez por todas que no hay nadie en el cielo. Dios no existe.”

Ella replicó: “Esto es aún más asombroso. Si en el cielo estuviera el Dios Omnipotente, en el cual estúpidamente creían nuestros antepasados, sería natural que tuviéramos pulgares. Un Dios Todopoderoso puede hacerlo todo, por lo tanto le sería fácil hacer también los pulgares. Sin embargo, si en el cielo no hay nadie, por mi parte estoy dispuesta a alabar desde el fondo de mi corazón a ese “Nadie” que ha hecho los pulgares.”

Por lo tanto, ¡se convirtieron en adoradores de ese “Nadie”!. Su fe en ese “Nadie” aumentó con el tiempo y creyeron en Él no solamente como el creador de los pulgares, sino de las estrellas, las flores, los niños, y todas las cosas bellas de la vida.

Así se repetía lo sucedido en Atenas, cuando San Pablo encontró a los adoradores del “Dios desconocido”.

Esta pareja se sintió inmensamente feliz al decirles que sus creencias eran correctas, que en el cielo realmente hay “Alguien”, Dios que es Espíritu: espíritu de amor, sabiduría, verdad y poder; que los amó tanto que envió a Su Hijo unigénito para morir por ellos en la Cruz.
Hasta ese momento habían creído en Dios, sin siquiera saberlo. Tuve el gran privilegio de llevarles un paso más adelante, a la experiencia de la salvación y redención.

Cierto día vi a una oficial rusa en la calle. Me acerqué a ella y le dije: “Comprendo que es mala educación dirigirse a una dama a quien no se conoce, pero yo soy pastor y mis intenciones son honestas. Deseo hablarle de Cristo.”

Me preguntó: “¿Ama usted a Cristo?” Le contesté: “Sí, desde lo más profundo de mi corazón.” entonces ella me abrazó y besó una y otra vez. Era una situación bastante embarazosa, siendo yo pastor, así que, con la esperanza que los transeúntes nos creyeran parientes, la besé también. Ella exclamó: “¡Yo amo a Cristo también!”

La llevé a mi casa, y allí descubrí para mi asombro que ella no sabía nada de Cristo, absolutamente nada, excepto el nombre. Y sin embargo le amaba. No tenía idea que Él era el Salvador, ni tampoco sabía el significado de la salvación. Ignoraba dónde y cómo Él había vivido y muerto. No conocía sus enseñanzas, Su vida o Su ministerio. Para mí ella era una curiosidad psicológica. ¿Cómo se puede amar a alguien, de quien sólo se conoce el nombre?

Cuando se lo pregunté, me explicó: “De niña me enseñaron a leer por medio de grabados. La “a” era una abeja, la “b” era una bandera, la “c” una campana, y así sucesivamente. Cuando ingresé a la escuela secundaria, se me enseñó que era deber sagrado defender la patria comunista. Además se me enseñó la moral comunista, pero yo no sabía qué era un “deber sagrado” o “moral”; necesitaba un grabado para esto. Sabía que mis antepasados habían tenido un cuadro que representaba todo lo que era bello, digno de elogio, y verdadero en la vida. Mi abuela siempre se inclinaba delante de él, diciendo que ese cuadro representaba a un hombre llamado “Cristos” (Cristo). ¡Yo amaba ese nombre, y llegó a ser tan real para mí, que el sólo pronunciarlo me llenaba de gozo!”

Escuchándola recordé que en la epístola a los Filipenses se dice que al nombre de Jesús se doblará toda rodilla. Quizás el Anti-Cristo llegue a poder borrar del mundo por algún tiempo el conocimiento de Dios. No obstante, el sólo nombre de Jesús encierra gran poder y conducirá a la luz.

Con gran gozo ella encontró a Cristo en mi hogar, y ahora Aquel cuyo nombre amaba moraba en su corazón.

Cada una de las circunstancias que vivía con los rusos estaba llena de poesía y de un profundo significado.

Una hermana que difundía el Evangelio en las estaciones del ferrocarril, dio mi dirección a un oficial que demostró interés.

Una tarde llegó a mi casa. Era un teniente ruso, alto y de buen parecer.
Le pregunté: “¿En qué puedo servirle?”
Me contestó: “He venido buscando la luz.”
Comencé a leerle las partes más esenciales de las Sagradas Escrituras, y entonces colocó su mano sobre la mía y dijo: “Le ruego con todo mi corazón no me conduzca al error. Pertenezco a un pueblo mantenido en la oscuridad. Por favor, dígame. ¿Es esta la auténtica Palabra de Dios?” Le aseguré que así era. Me escuchó por horas, y aceptó al Señor Jesús como su Salvador.

En materia de religión no hay nada de superficial en los rusos. Ya sea que luchen en contra de ella o estén a su favor, buscando a Cristo, ponen siempre toda su alma en ello. Por esta razón en Rusia cada cristiano es un misionero, ganador de almas. A esto se debe que no haya en el mundo otro país tan maduro y fructífero para el evangelismo. Los rusos son por naturaleza uno de los pueblos más religiosos de la tierra. El curso del mundo puede ser cambiado radicalmente si nos ocupamos activamente de darles el Evangelio.

Es trágico que esta tierra de Rusia y su pueblo estén tan hambrientos de la Palabra de Dios y que sin embargo parezca como si todos los hayan olvidado o descartado.

En un tren un oficial ruso iba sentado frente a mí. Le había hablado de Cristo sólo unos pocos minutos, cuando él me interrumpió con una verdadera ola de argumentos ateos. Marx, Stalin, Voltaire, Darwin, y otras citas contrarias fluyeron de su boca. No me daba oportunidad para contradecirle. Habló durante casi una hora para convencerme que no había Dios. Cuando terminó le pregunté: “Si no hay Dios, ¿por qué reza usted cuando tiene problemas?” Reaccionó como un ladrón sorprendido robando, y me contestó:
“¿Cómo sabe que rezo?” No le permití que se escapara. “Yo le hice una pregunta a usted primero. Le pregunté ¿por qué reza? Por favor, ¡contésteme!” Inclinó su cabeza y reconoció: “En el frente de batalla, cuando los alemanes nos rodeaban, todos rezábamos. No sabíamos cómo hacerlo, sólo atinábamos a decir: “Dios y Espíritu Maternal” –en realidad, ante los ojos de Aquel que escudriña los corazones, estoy seguro que era una buena oración-.

Nuestro ministerio con los rusos ha dado mucho fruto.
Recuerdo a Piotr (Pedro). Nadie sabe en que prisión rusa murió. ¡Era tan joven! Tendría quizás unos 20 años. Llegó a Rumanía con el ejército ruso. Se convirtió en una reunión secreta y me pidió que lo bautizara.

Después del bautismo le pregunté cual era el versículo de la Biblia que más le había impresionado y había influido en el para venir a Cristo.

Dijo que había escuchado atentamente cuando en una de nuestras reuniones secretas yo había leído en el capítulo 24 de Lucas la historia de Jesús que encontró a los dos discípulos que iban hacía Emaús. Cuando estaban cerca del pueblo, “hizo como que iba más lejos”. Piotr dijo: “Me pregunto por qué Jesús dijo eso. No había duda que deseaba estar con sus discípulos. ¿Por qué, pues, dijo que deseaba ir más lejos?” Le expliqué que Jesús es cortés. Quería tener la seguridad de ser bien recibido. Al darse cuenta que así era, entró gozosamente a la casa con ellos. Los comunistas son descorteses. Procuran penetrar por la violencia dentro de nuestros corazones y mentes. Nos obligan a escucharles desde la mañana hasta la noche. Lo hacen a través de sus escuelas, radioemisoras, periódicos, revistas, carteles, películas, y reuniones ateas. Hay que escuchar continuamente su propaganda atea, quiérase o no. Jesús, en cambio, respeta nuestra libertad. Golpea suavemente a la puerta. “Jesús me ha ganado por su cortesía”, dijo Piotr. Este evidente contraste entre el comunismo y Cristo lo había convencido.

El no ha sido el único ruso que se impresionó por esta faceta del carácter de Jesús (Yo, como pastor, jamás había pensado en ello de esta manera).

Después de su conversión, Piotr arriesgó muchas veces su libertad y aún su vida, por pasar de contrabando literatura y ayuda de la Iglesia Subterránea rumana y rusa. Finalmente fue apresado. Sé que en 1959 todavía estaba en la cárcel. ¿Ha muerto? ¿Está ya en el Cielo o continúa la buena batalla en la tierra? No lo sé. Sólo Dios sabe dónde se encuentra hoy. Al igual que él, muchos otros no sólo se convirtieron. Nunca deberíamos detenernos en nuestra obra, al ganar un alma para Cristo. Sólo hemos hecho la mitad del trabajo. Cada alma ganada para Cristo debe ser transformada en un ganador de almas. Los rusos no solamente se convertían, sino que llegaban a ser “misioneros” en la Iglesia Subterránea. En su trabajo por Cristo, actuaban con valor y temeridad, siempre aclarando que era tan poco lo que podían hacer por Cristo, en vista de que Él murió por ellos.


Nuestro ministerio subterráneo a una nación esclavizada


La segunda faceta de nuestra obra era nuestro trabajo misionero subterráneo entre los propios rumanos.

Muy pronto los comunistas se quitaron sus máscaras. Al principio, usaron la seducción para ganar a los dirigentes cristianos, pero luego comenzó el terror. Miles fueron arrestados. Ganar un alma para Cristo comenzaba a ser un una cosa dramática para nosotros también, como lo había sido por tanto tiempo para los rusos.

Yo mismo estuve más tarde en prisión junto a otras almas a las cuales Dios me había ayudado a ganar para Cristo.

Estaba en la misma celda con uno de ellos, que había dejado a sus seis hijos, y que ahora estaba en prisión por su fe cristiana. Su mujer y sus hijos se hallaban desamparados y hambrientos. Probablemente nunca más los vería. Le pregunté: “¿Siente usted algún resentimiento hacia mi por haberle traído a Cristo, considerando que su familia ahora está en la miseria?” Me dijo: “No tengo palabras para expresarle mi gratitud por haberme traído a este maravilloso Salvador. No quisiera que hubiera sido de otra manera.”

Predicar a Cristo bajo las nuevas condiciones no era tarea fácil. Logramos imprimir varios folletos, pasándolos a través de la severa censura de los comunistas. Presentábamos al censor un folleto que tenía en su portada el retrato de Carlos Marx, el fundador del comunismo. Llevaba por título “La religión, opio de los pueblos”, u otros parecidos. Este lo consideraba como literatura comunista y colocaba el sello aprobatorio en ellos. Después de una pocas páginas llenas de citas de Marx, Lenin y Stalin, con las cuales agradábamos al censor, dábamos el mensaje de Cristo.

La Iglesia Subterránea lo es solamente en parte. Al igual que un témpano una pequeña parte de su obra es visible. Íbamos a las reuniones comunistas y distribuíamos esos folletos “comunistas”. Estos, al ver el retrato de Marx, competían por comprarlo. Para cuando llegaban a las páginas que realmente nos interesaban y se daban cuenta que hablaba de Dios y de Jesús, estábamos ya muy lejos.

Resultaba, en cierto modo, difícil predicar entonces. Nuestro pueblo estaba muy oprimido. Los comunistas les quitaron todo a todos. Al agricultor le quitaron tierras y ovejas. Al peluquero o sastre le quitaron su pequeño negocio. No solamente sufrían los “capitalistas”, sino también los pobres. Casi todas las familias tenían algún familiar en prisión, y la pobreza era extrema. Por eso la gente preguntaba: “¿Cómo es que un Dios de amor permite el triunfo del mal?”

Tampoco les hubiera sido muy fácil a los primeros apóstoles predicar a Cristo el Viernes Santo, cuando Jesús moría en la Cruz, pronunciando las palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”

Por el hecho que nuestro trabajo fuera realizado, probaba que era de Dios y no de nosotros. La fe cristiana tiene una repuesta para tales preguntas.

Jesús nos contó la historia del pobre Lázaro, oprimido en su tiempo como nosotros éramos oprimidos, aunque al final, los ángeles lo llevaron al “seno de Abraham.”


Cómo la Iglesia Subterránea trabajó parcialmente en forma abierta


La Iglesia Subterránea se reunía en casas particulares, en los bosques, en los sótanos; dondequiera que pudiera hacerlo. Allí, en secreto, a menudo se preparaban los trabajos que se harían de forma abierta. Bajo el régimen comunista pusimos en práctica un plan de reuniones de predicación en plena calle, pero con el tiempo llegó a ser demasiado peligroso. Sin embargo, por ese medio llegamos a muchas almas que de otro modo no habríamos podido alcanzar. Mi esposa era muy activa en esto. Algunos cristianos se reunían silenciosamente en las esquinas y comenzaban a cantar. Al escucharlos, mucha gente se reunía para oír el hermoso canto, y entonces mi esposa aprovechaba para entregarles el mensaje. Abandonábamos el lugar antes que llegara la policía.

Una tarde, mientras me encontraba en otro lugar, mi esposa entregó el mensaje delante de miles de trabajadores, a la entrada de la gran fábrica Malaxa, en la ciudad de Bucarest. Les habló de Dios y de la salvación. Al día siguiente muchos obreros de la fábrica fueron fusilados después de rebelarse en contra de las injusticias de los comunistas. ¡Habían escuchado el mensaje muy a tiempo!

Éramos una Iglesia Subterránea, pero al igual que Juan el Bautista, hablábamos abiertamente de Cristo a los hombres y gobernantes.

En cierta oportunidad, en las escalinatas de uno de nuestros edificios públicos, dos hermanos se abrieron paso hasta donde se encontraba nuestro Primer Ministro Gheorghiu Dej. En los pocos instantes que tuvieron testificaron a él de Cristo, instándole a que se arrepintiera de sus pecados y persecuciones. Los hizo encarcelar por su temerario testimonio. Años más tarde, cuando el mismo ministro estaba muy enfermo, la semilla del Evangelio que aquellos hombres habían sembrado años atrás, y por la cual habían sufrido enormemente, dio su fruto. En su hora de necesidad, el Primer Ministro recordó las palabras que le habían dicho y que eran como la Biblia afirma: “Viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos.” Ellas penetraron la dureza de su corazón, y se entregó a Jesucristo. Confesó sus pecados, aceptó a su Salvador y comenzó a servirle en su enfermedad. Al poco tiempo murió, pero fue para estar con su recién encontrado Salvador, porque dos cristianos estuvieron dispuestos a pagar el precio. Ellos son un típico ejemplo de los cristianos valerosos en los países comunistas de hoy.

Así, la Iglesia Subterránea no solamente trabajaba en reuniones secretas, haciendo actividades clandestinas, sino también en forma abierta, con valentía proclamando el Evangelio en las calles y a los dirigentes comunistas. Había un precio, pero estábamos dispuestos a pagarlo. La Iglesia Subterránea sigue dispuesta a pagarlo hoy también.

La policía secreta persiguió mucho a la Iglesia Subterránea, porque reconocía que ésta era la única resistencia efectiva que quedaba, y precisamente una clase de resistencia, la espiritual, que si no era combatida terminaría por socavar su poder ateo. Reconocieron, como sólo el diablo puede hacerlo, que representaba una amenaza inmediata para su seguridad. Sabían que si un hombre cree en Cristo jamás llegará a ser un objeto sumiso, sin voluntad propia. Sabían que podían encarcelar a los hombres, pero no podrían encarcelar su fe en Dios. Por eso luchaban tanto en su contra.

Pero la Iglesia Subterránea también tiene sus simpatizantes o miembros aún en los gobiernos comunistas y la Policía Secreta.

Dimos instrucciones para que algunos cristianos ingresaran en la Policía Secreta y se pusieran el uniforme más odiado y despreciado de nuestro país, y de esta manera pudieran comunicarnos sus actividades. Por eso varios hermanos de la Iglesia Subterránea se enrolaron, manteniendo oculta su fe. No es fácil sufrir el desprecio de la familia y amigos por usar el uniforme comunista, sin poder decirles su verdadera misión. Pero lo hicieron. Tan grande era su amor por Cristo.

Cuando fui secuestrado en plena calle y mantenido por años en el más estricto secreto, un médico cristiano se hizo miembro de la Policía Secreta. Como médico de ésta tenía acceso a las celdas de los prisioneros y de este modo esperaba poder encontrarme. Todos sus amigos le despreciaron, creyendo que se había hecho comunista. Lucir el uniforme de los torturadores es un sacrificio mucho mayor por Cristo que usar el uniforme de prisionero.

El médico me encontró en una mazmorra oscura y subterránea, y pudo comunicar que aún me encontraba vivo. ¡Fue el primer amigo que pudo verme durante esos terribles primeros ocho años y medio! Gracias a él se supo que yo estaba vivo y cuando se libertaron a presos políticos a raíz de la amnistía concedida después de la conferencia entre Eisenhower y Kruschev, en 1956, los cristianos clamaron por mi libertad también. Entonces me libertaron por un poco de tiempo.

Si no hubiese sido por la valerosa acción de aquél médico cristiano al enrolarse en la Policía Secreta con el propósito específico de localizarme, jamás hubiera sido liberado. Es posible que todavía estuviera en la cárcel (o en una tumba).

Aprovechando su posición en la Policía Secreta, estos miembros de la Iglesia Subterránea nos advirtieron de peligro muchas veces, y fueron de gran ayuda. La Iglesia Subterránea todavía cuenta con la ayuda de esos miembros suyos infiltrados en la Policía Secreta. Algunos ocupan altas posiciones en los círculos comunistas, ocultando su fe. Un día, en el Cielo, podrán hacer pública su proclama de Cristo, a quien ahora sirven en secreto.

Sin embargo, muchos miembros de la Iglesia Subterránea fueron descubiertos y encarcelados. Entre nosotros también teníamos nuestros propios “Judas”, que informaban a la Policía Secreta. Los comunistas usaron los golpes, las drogas, las amenazas y el chantaje con el fin de lograr que nuestros ministros y laicos les informaran sobre sus hermanos.


“NADIE TIENE MAYOR AMOR QUE ÉSTE” Trabajé en forma oficial y también oculta, hasta el 29 de febrero de 1948. Era domingo, un hermoso domingo. En ese día en camino hacia la Iglesia, la Policía Secreta me secuestró.


Muchas veces me había preguntado el significado de lo que era “los que hurtan a hombres” o “secuestradores”, que se menciona en la Biblia (I Tim 1:10). Los comunistas se encargaron de enseñarnos.

En esos días muchos fueron raptados de ese modo. Frente a mí se detuvo un furgón de la Policía Secreta, saltaron cuatro hombres a la calle y me arrojaron al interior del vehículo. Fui encerrado por muchos años. Por ocho años y medio nadie supo si estaba vivo o muerto. La Policía Secreta hizo que algunos de sus miembros se hicieran pasar por prisioneros recién libertados para visitar a mi esposa. Le dijeron que habían visto mi funeral. Le destrozaron el corazón.

Miles de fieles de todas las denominaciones cristianas fueron encarcelados durante esa época. No solamente los ministros fueron encarcelados, sino también simples miembros, y jóvenes que habían testificado su fe. Las cárceles estaban repletas, y en Rumanía como sucede en todos los países comunistas, estar en prisión significa ser torturado.

Las torturas eran a veces horribles. Prefiero no hablar mucho de aquellas que experimenté en carne propia. El sólo recordarlas me hace pasar noches enteras sin dormir. Es demasiado doloroso.

En otro libro: “Cristo en las prisiones comunistas”, relato muchos detalles de nuestras experiencias con Dios en la cárcel.

Torturas inimaginables

Un pastor cuyo nombre era Florescu, fue torturado con cuchillos y hierros al rojo vivo. Le golpearon salvajemente. En seguida introdujeron enormes ratas hambrientas a través de una caño en su celda. No podía dormir porque tenía que defenderse. Tan pronto se descuidaba y cabeceaba, las ratas le atacaban.

Los comunistas querían obligarle a denunciar a sus hermanos en la fe, pero él resistió firmemente. Por último trajeron a su hijo, de catorce años, y comenzaron a azotarlo en su presencia, advirtiéndole que el castigo continuaría hasta que entregara la información pedida. El pobre hombre ya casi había perdido la razón. Resistió todo lo que pudo, pero al final cuando no podía más, se dirigió a su hijo: “Alejandro, debo decirles lo que quieren. ¡No puedo soportar que te sigan torturando!” Su hijo le respondió: “¡Papá, no cometas conmigo la injusticia de tener por padre a un traidor. Sopórtalo. Si me matan, moriré gritando: Jesús y mi patria!” Los comunistas, enfurecidos por tal respuesta, se lanzaron sobre el muchacho y lo mataron a golpes. Murió alabando a Dios, mientras su sangre salpicaba las paredes de la celda. Después de ver aquello, nuestro querido hermano Florescu nunca pudo ser el mismo de antes.

Se nos engrillaban la muñecas con esposas cuya cara interior tenía puntas agudas. Si nos manteníamos totalmente quietos, las puntas no nos herían; pero al tiritar de frío en aquellas heladas celdas, nuestras muñecas eran destrozadas por los clavos.

Los cristianos eran colgados de los pies y golpeados en forma tan salvaje que sus cuerpos cimbreaban en el aire a causa de los golpes. Se introducía a los cristianos en “celdas refrigeradas” tan tremendamente heladas que el hielo cubría las paredes. Yo mismo fui lanzado casi desnudo en una de ellas. Los doctores de la cárcel nos observaban a través de una mirilla, para avisar a los guardias ante los primeros síntomas de congelamiento. Entonces nos sacaban para revivirnos mediante el calor. Tan pronto como dábamos señales de recuperación, nos metían nuevamente a la celda. Nos deshelaban para luego prácticamente congelarnos, hasta que estábamos casi al borde de la muerte, y este proceso se repetía una y otra vez. Aún en la actualidad no puedo abrir un refrigerador sin estremecerme.

Los cristianos éramos puestos en cajas de madera sólo un poco más grandes que nuestros cuerpos. Esto nos dejaba sin espacio para movernos. Docenas de clavos agudos traspasaban las cajas por todos lados. Mientras permanecíamos de pie y sin movernos, no pasaba nada. Si la fatiga nos vencía, al buscar apoyo nuestros cuerpos eran perforados por aquellas púas. Si nos movíamos, o si nos temblaba un músculo, allí estaban aquellos horribles clavos.

Lo que los comunistas han hecho a los cristianos sobrepasa toda posibilidad de comprensión humana.

He visto comunistas cuyas caras, al torturarnos, parecían brillar con alegría satánica, mientras exclamaban: “¡Somos el diablo!”.

No luchamos contra carne y sangre sino contra “principados y potestades del mal”. Vimos que el comunismo no emana del hombre sino del diablo. En una fuerza del mal, que solamente puede ser combatida con un espiritual fuerza mayor, el Espíritu de Dios.

A menudo pregunté a nuestros torturadores: “¿No tienen Uds. piedad en sus corazones?” Por lo general respondían con citas de Lenin: “No puedes hacer tortillas sin quebrar los huevos. No puedes cortar la madera sin que vuelen las astillas.” Yo insistía: “Yo conozco esa cita de Lenin; pero hay una diferencia. La madera no siente nada cuando se la corta, pero Uds. están tratando con seres humanos.” Pero todo era en vano; son materialistas. Para ellos no existe más que la materia; el hombre no es más que madera; o como las cáscaras de huevos. Esta creencia los hace descender a las más increíbles profundidades de crueldad.

La crueldad del ateísmo es difícil de creer. Cuando un hombre no tiene fe en que lo bueno será recompensado y que lo malo será castigado, no tiene motivo para comportarse como un ser humano. No hay nada que lo detenga de caer en las profundidades del mal que cada hombre lleva en sí. Los torturadores comunistas podían decir: “No hay Dios. No hay Más Allá, ni hay castigo para el mal. Podemos hacer lo que nos dé la gana.”

Uno de ellos llegó a declarar: “Doy gracias a Dios, en quien no creo, que haya vivido esta hora en que puedo expresar todo el mal que hay en mi corazón.” Expresaba ese mal en la increíble brutalidad y tortura que infligía a los prisioneros.

Siento pena si un cocodrilo se come a un hombre, pero no se lo puedo reprochar. Es un cocodrilo, no un ser humano. Por ello no se puede reprochar a los comunistas. El comunismo ha destruido todo sentimiento de moral en esas mentes. Se vanaglorian de no tener piedad en sus corazones.

Aprendí de ellos. En vista de que no dejan lugar en sus corazones para Jesús, decidí no darle el más mínimo lugar a Satanás en el mío.

Yo he testificado ante el Subcomité de Seguridad Interior del Senado de los Estados Unidos. Allí he descrito las cosas más espantosas, como por ejemplo, cómo los cristianos son amarrados en cruces durante cuatro días y cuatro noches. Las cruces eran colocadas en el suelo, donde cientos de reclusos tenían que hacer sus necesidades fisiológicas, encima de sus rostros y cuerpos. Luego levantaban las cruces nuevamente y los comunistas se burlaban, diciendo: “¡Miren a su Cristo! ¡Qué hermoso es! Qué magnífica fragancia trae del Cielo.” Descubrí como un sacerdote, al borde de la locura a causa de las torturas, fue obligado a consagrar orina y excrementos humanos y darlo en comunión a los cristianos. Esto ocurrió en la prisión rumana Pitesti. Pregunté al sacerdote, después, por qué no prefirió la muerte antes de participar de esa farsa. Me respondió: “No me juzgue, por favor, he sufrido más de lo que sufrió Cristo”. Todas las descripciones bíblicas del infierno y las penas del infierno de Dante son nada en comparación con las torturas en las prisiones comunistas.

Esto es solamente una pequeña parte de lo que sucedió un domingo, y muchos otros domingos, en la prisión de Pitesti. Otras cosas sencillamente no pueden contarse. Sé que mi corazón fallaría si tuviese que volver a repetirlas. Son demasiado terribles y obscenas para ponerlas por escrito. Todo esto es lo que tuvieron que sufrir sus hermanos en Cristo, y aún sufren.

Uno de los héroes realmente más grandes de la fe fue el pastor Milan Haimovici.

Las prisiones rumanos estaban tan colmadas que los guardias ni siquiera nos reconocían por nuestros nombres. En muchas oportunidades, cuando venían a buscar a los que habían sido sentenciados para recibir azotes por haber quebrantado algún reglamento carcelario, el pastor Milan Haimovici se presentaba para recibir el castigo en lugar de alguno de los otros. Con esto ganó el respeto de los demás prisioneros no sólo para sí, sino también para Cristo, a quien representaba.

Si yo siguiera contando todos los horrores y las atrocidades cometidas por comunistas y los sacrificios de los cristianos, sería algo de nunca acabar. No sólo las torturas fueron conocidas, sino también los hechos heroicos. El heroísmo de aquellos en prisión, inspiró aún más a los hermanos que todavía vivían en libertad.

Una de nuestras obreras era una jovencita de la Iglesia Subterránea. La Policía Secreta había descubierto que ella repartía secretamente Evangelios y que enseñaba a los niños acerca de Cristo. Decidieron arrestarla, pero para hacer el arresto lo más doloroso y terrible posible, postergaron la detención por algunas semanas, esperando al mismo día en que contraería matrimonio. En el día de su boda, ya se había puesto su traje nupcial. Para cualquier mujer es el día más maravilloso y alegre de su vida. Repentinamente se abrió la puerta de su casa, precipitándose al interior la Policía Secreta. La novia, al verlos, extendió los brazos para ser esposada. Las esposas le fueron colocadas rudamente en sus muñecas. Mirando a su amado besó las cadenas, exclamando: “Agradezco a mi Novio celestial esta joya que me obsequia en el día de mi boda. Le agradezco que me haya considerado digna de sufrir por Él.” Fue sacada de allí en medio del llanto de su novio y de los presentes. Todos sabían perfectamente la suerte que aguardaba a las jóvenes cristianas en manos de los comunistas. Después de 5 años fue puesta en libertad, destruida y físicamente arruinada, aparentando tener treinta años más de los que tenía. Su novio la había esperado. Ella se limitó a decir que era lo menos que podía haber hecho por su Cristo. Tan magníficos cristianos están en la Iglesia Subterránea.


Cómo es un “lavado de cerebro”


Probablemente los occidentales han oído del empleo del “lavado de cerebro” en la guerra de Corea y ahora en Vietnam. Yo pasé a través de esta experiencia personalmente. Es la tortura más horrible.

Durante años se nos obligó por diecisiete horas al día a escuchar lo siguiente:
¡El comunismo es bueno!
¡El comunismo es bueno!
¡El comunismo es bueno!

¡El Cristianismo es estúpido!
¡El Cristianismo es estúpido!
¡El Cristianismo es estúpido!
¡El Cristianismo es estúpido!

¡Déjelo!
¡Déjelo!
¡Déjelo!
¡Déjelo! Diecisiete horas al día, por semanas, meses y años.

Muchos cristianos me han preguntado cómo pude resistir el lavado de cerebro. Existe un solo método de resistencia: el “lavado de corazón”. Si su corazón está limpiado por el amor de Jesucristo, y en él hay amor hacia Él, Ud. Puede resistir cualquier tortura. ¿Qué no haría una novia amorosa por su prometido? ¿Qué no haría una madre amante por su hijo? Si Ud. ama a Jesús como una novia ama a su prometido, entonces puede resistir tales torturas.

Dios no nos juzgará por lo que fuimos capaces de soportar, sino por lo que fuimos capaces de amar. Puedo testificar y declarar que los cristianos en las prisiones comunistas fueron capaces de amar. Ellos podían amar a Dios y a los hombres.

Las torturas y brutalidades en la cárcel continuaron sin cesar. Cuando caía inconsciente o estaba demasiado confuso para poder dar alguna esperanza de confesión a mis torturadores, era devuelto a mi celda. Allí quedaba, tendido solo y medio muerto hasta lograr recuperar algo de mi energía, para poder comenzar de nuevo su labor conmigo. Muchos morían en estas circunstancias, pero en mi caso, sin saber cómo ni por qué, siempre lograba recuperar algo de mis fuerzas. En los años siguientes, a mi paso por varias diferentes cárceles me quebraron cuatro vértebras y muchos otros huesos. Me cortaron, quemaron, y me causaron profundas heridas en diferentes partes del cuerpo que me dejaron dieciocho cicatrices permanentes.

En Oslo, los médicos que me examinaron y vieron esas cicatrices y los restos de la tuberculosis pulmonar que sufriera a causa de tan prolongado martirio, declararon que el hecho de estar vivo hoy, constituía ni más ni menos que un milagro. De acuerdo a sus conocimientos y sus libros médicos, yo debería haber muerto hace muchos años. Sé muy bien que es un milagro. Es que Dios es un Dios de milagros.


Breve libertad – Nuevo arresto


Llegó el año 1956. Ya hacía ocho años y medio que estaba en la cárcel. Había perdido mucho peso, porque se me privaba de comida, pero había ganado muchas cicatrices a raíz de haber sido brutalmente flagelado y golpeado. Además había sido objeto de burlas, amenazas, interrogatorios hasta el cansancio, y abandono. Nada de eso dio los resultados que mis captores esperaban. Profundamente descorazonados, por una parte, y preocupados, por otra, por las protestas que mi prisión suscitaba, me pusieron en libertad.

Se me permitió volver a mi antiguo puesto en la iglesia, pero por sólo una semana. Alcancé a predicar dos sermones; luego me llamaron para advertirme que no podría seguir predicando ni tomar parte en ninguna actividad religiosa. ¿Qué había dicho? Yo había aconsejado a mis feligreses que tuvieran “paciencia, paciencia y mas paciencia”. “Eso significa que Ud. está diciendo que tengan paciencia, pues los americanos vendrán a libertarlos”, me gritó la policía. Yo también había dicho que tal como la rueda gira, los tiempos cambian. “Ud. les está diciendo que el gobierno comunista dejará de existir, y esas son calumnias contrarrevolucionarias”, me gritaron de nuevo. Y ese fue el fin de mi ministerio público.

Probablemente las autoridades creyeron que yo tendría temor de desafiar sus órdenes y volver a mi evangelización subterránea. Estaban muy equivocados en eso. Secretamente regresé a mi trabajo anterior, con el apoyo de mi familia.

Volví a testificar ante grupos de fieles que se mantenían ocultos, yendo y viniendo como un fantasma, bajo la protección de quienes podía confiar. Tenía ahora mis cicatrices para darle mayor fuerza a mi mensaje respecto a la maldad de la forma de pensar atea, y para alentar y estimular las almas que flaqueaban, a confiar en Dios y ser valientes. Yo dirigía una red secreta de evangelistas que se ayudaban mutuamente para difundir el Evangelio bajo las propias narices de los comunistas. Después de todo, si el hombre en su ceguera no es capaz de ver la mano de Dios obrando en lo que le rodea, menos podrá ver la de un evangelista.

Finalmente el incesante interés de la policía por conocer mis actividades y movimientos dio resultado. Fui descubierto una vez más y vuelto a detener. Es posible que la publicidad que se dio a mi caso haya tenido algo que ver con el hecho de que por alguna razón mi familia no fue arrestada conmigo. Había estado ocho años y medio en la cárcel y después de tres años de relativa libertad volvía a la cárcel por otros cinco años y medio.

Mi segundo período fue mucho peor en muchos aspectos que el primero.

Mi condición física empeoró casi inmediatamente. No obstante, el trabajo oculto de la Iglesia Subterránea continuó en la clandestinidad de las prisiones comunistas.


Hicimos un acuerdo: nosotros predicábamos y ellos nos golpeaban


Estaba estrictamente prohibido predicar el Evangelio a otros reclusos. De antemano se sabía que el que fuera sorprendido haciéndolo, sería brutalmente flagelado. Varios de nosotros decidimos pagar ese precio a cambio del privilegio de predicar, y aceptamos por ello sus condiciones. Fue un acuerdo tácito: Nosotros predicábamos y ellos nos golpeaban. Nosotros éramos felices predicando; ellos lo eran golpeándonos. De esta manera todos estábamos satisfechos.

La escena siguiente sucedió más veces de las que puedo recordar: Un hermano estaba predicando a los otros reclusos, cuando los guardias entraron sorpresivamente interrumpiéndolo en la mitad de una frase. Lo arrastraron fuera, llevándoselo a lo largo del corredor hasta la pieza que usaban como cámara de torturas. Después de lo que parecía ser un castigo interminable le trajeron de vuelta y lo lanzaron sangrante y magullado al suelo del calabozo. Se alzó lentamente, se arregló las ropas y dijo: “¿Qué estábamos diciendo, hermanos, cuando fuimos interrumpidos?”, y continuó ¡predicando!

¡He visto cosas maravillosas!

A veces los predicadores eran simples laicos. Hombres comunes inspirados por el Espíritu Santo, que a menudo predicaban maravillosamente. Ponían todo el corazón en sus palabras, pues predicar en esas condiciones punitivas no era cosa para ser tomada a la ligera. Pronto aparecerían nuevamente los guardias, quienes se llevaban al predicador para golpearle hasta dejarle medio muerto.

En la cárcel de Gherla un cristiano llamado Grecu fue sentenciado a morir a golpes. La sentencia fue cumplida a través de un lento procedimiento que duró varias semanas. Se le daba un solo golpe con una cachiporra de goma en la planta de los pies. A los pocos minutos se le volvía a golpear en la misma forma, y después de unos momentos recibía otro golpe. De igual manera fue golpeado en los testículos. Luego un doctor le aplicaba una inyección. Una vez que se recobraba, se le daba muy buena comida para restaurar sus fuerzas, y entonces era vuelto a golpear, hasta que por fin murió a consecuencia de ese lento pero cruel trato. Uno de los que llevó a cabo esta tortura, llamado Reck, era miembro del Comité Central del Partido Comunista.

En ciertos momentos Reck repetía al prisionero ciertas palabras que los comunistas solían decir a los cristianos: “Yo soy Dios. Tengo sobre ti poder de vida o muerte. Ese que está en el Cielo no puede decidir esto. Todo depende de mí. Si así lo quiero, puedes vivir; pero también si quiero te matamos. ¡Yo soy Dios!” Así se burlaba de los cristianos.

En tal horrible situación nuestro hermano Grecu dio a Reck una respuesta muy acertada.

Un cristiano fue sentenciado a muerte. Antes de que fuera la del mismo Reck, le dijo: “Ud. no sabe la verdad que ha dicho Ud. es un dios. Cada gusano es potencialmente una mariposa y llegará a serlo si se desarrolla perfectamente. Ud. no fue creado para ser un verdugo, un asesino; Ud. fue creado para llegar a ser semejante a Dios. Jesús en su tiempo dijo a los judíos: “Uds. son dioses”. La vida de Dios Padre está en su corazón. Muchos que han sido igual que Ud., muchos perseguidores como el apóstol Pablo, en cierto momento de su vida han descubierto que es vergonzoso para el hombre cometer atrocidades, cuando puede hacer cosas mucho mejores. Así se han transformado en co-partícipes de la Naturaleza Divina. Créame, Sr. Reck, su verdadera vocación es ser dios, semejante a Dios, y no un torturador.

En ese momento Reck no prestó mucha atención a las palabras de su víctima, tal como Saulo de Tarso no le dio importancia al hermoso testimonio de Esteban, que fue asesinado en su presencia. Pero aquellas palabras comenzaron a trabajar en su corazón, y Reck comprendió más tarde cuál era su verdadera vocación.

Una magnífica lección que aprendimos de las flagelaciones, torturas y carnicerías de los comunistas fue que el espíritu es el amo del cuerpo. A menudo, cuando éramos torturados, sentíamos el castigo, pero éste parecía como algo distante y alejado del espíritu, que estaba como sumergido en la consideración de la gloria de Cristo y su presencia en nosotros.

Junto con la inmunda sopa que se nos proporcionaba diariamente, una vez a la semana se nos daba un trozo de pan. Decidimos ofrendar nuestro “diezmo”, aún en tales circunstancias. Cada diez semanas, uno de nosotros daba ese pan a uno de nuestros hermanos más debilitados, como “diezmo” al Maestro.

Un cristiano fue sentenciado a muerte. Antes de que fuera ejecutado se le permitió ver a su esposa. La despidió con estas palabras: “Debes saber que muero amando a los que me matan. No saben lo que hacen. Lo último que te pido es que tú también los ames. No les guardes rencor en tu corazón porque matan a quien amas. Nos encontraremos otra vez en el Cielo”. Estas palabras impresionaron profundamente al funcionario que presenció aquel último encuentro, que me las repitió algún tiempo después en la prisión, donde él era uno más entre los nuestros, pues se había convertido. (.........).


Derrotando al comunismo con el espíritu de amor de Cristo


Los judíos tienen una leyenda que cuenta que, cuando sus antepasados fueron salvados de Egipto, y los egipcios se ahogaron en el mar Rojo, los ángeles se unieron a los cánticos de triunfo entonados por los israelitas. Dios les dijo: “Los judíos son hombres y pueden regocijarse de su escape, pero de parte de Uds. espero más comprensión. ¿No son los egipcios también mis criaturas? ¿No los amo acaso a ellos también? ¿Cómo es que Uds. no comprenden mi pesar por su trágico destino?”

Cuando Josué sitiaba a Jericó, levantó sus ojos, y vio a un hombre delante de él, con la espada desenvainada. Josué le dijo: “¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?” (Josué 5:13).

Si aquel Ser visto por Josué hubiese sido sólo un hombre, la respuesta habría sido: “Estoy con Uds.”; “Estoy con vuestros adversarios”, o simplemente: “Soy neutral”. Estas son las únicas respuestas humanas posibles. Sin embargo, el Ser que Josué encontró era de otro mundo y, por lo tanto, al preguntársele si estaba “con” o “en contra” de Israel, dio una respuesta completamente inesperada, y difícil de comprender: “No”.

¿Qué significa ese “no”?

Venía de un mundo donde los seres no están en pro ni en contra, sino donde todo y todos son comprendidos, observados con compasión, y profundamente amados.

Existe un nivel humano. En éste, el comunismo debe ser combatido sin misericordia. En este plano debemos también combatir a los comunistas, ya que ellos son los que mantienen y apoyan este ideología cruel y salvaje.

Pero los cristianos son algo más que simples hombres, son hijos de Dios, co-partícipes de la Naturaleza Divina.

Por tanto, las torturas sufridas en las prisiones comunistas no me han hecho odiar a los comunistas. Son criaturas de Dios. ¿Cómo puedo odiarlos? No obstante, tampoco puedo ser amigo de ellos. La amistad significa una identificación total, y yo no puedo identificarme plenamente con ellos. Ellos odian el concepto de Dios; en cambio yo amo a Dios.

Si me preguntaran: “¿Está usted a favor o en contra de los comunistas?”; mi respuesta sería bastante compleja. El comunismo representa la amenaza más grande que afronta la humanidad. Estoy completamente opuesto a ella, y quiero combatirla hasta hacerla desaparecer. Pero en espíritu estoy sentado en lugares celestiales junto a Jesús. Estoy en la esfera de ese “no” en la cual, a pesar de todos sus crímenes, los comunistas son comprendidos y amados. En aquellas esferas existen seres celestiales que tratan de ayudar a todos en las metas de la vida humana; lo que significa llegar a ser semejante a Cristo. Por lo tanto, mi meta es predicar el Evangelio a los comunistas, darles las buenas nuevas de la vida eterna.

Cristo, que es mi Señor, ama a los comunistas. El mismo ha dicho que ama a todo hombre y que prefiere dejar noventa y nueve ovejas justas, antes que permitir que se pierda la que erró el camino. Sus apóstoles y todos los grandes maestros de la cristiandad han enseñado este amor universal, en Su nombre. San Macario dijo:”Si un hombre ama apasionadamente a todos los hombres, pero dice no amar a uno solo, no es cristiano, porque su amor no es total”. San Agustín enseña: “Si toda la humanidad hubiera sido justa y un solo hombre pecador, Cristo habría venido a sufrir en la cruz por éste. Tanto ama a cada individuo”. La enseñanza cristiana es muy clara. Los comunistas son hombres y Cristo les ama.

También les ama el hombre cristiano. Amamos al pecador, aunque odiamos el pecado. Conocemos el amor de Cristo por los comunistas, porque nosotros también les amamos.

En las cárceles comunistas he visto cristianos arrastrando con los pies cadena de 25 Kg.; torturados con atizadores al rojo y en cuyas gargantas habían forzado cucharadas de sal, para luego negárseles el agua. Hambrientos, azotados, sufriendo frío y orando con fervor por los comunistas. ¡Esto es humanamente inexplicable! Es el amor de Cristo que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.

Más tarde, los comunistas que nos habían torturado, también cayeron en prisión. Bajo el régimen comunista los mismos comunistas, aún jefes y gobernantes, van a parar a menudo a la cárcel, al igual que sus adversarios. En esos momentos, torturados y torturadores compartíamos una misma celda. Mientras los no creyentes demostraban todo su odio contra sus ex-inquisidores y les golpeaban, los cristianos les defendían aún a riesgo de ser golpeados y acusados de ser cómplices con los comunistas. He visto a cristianos que daban el último trozo de su pan (nos daban en aquel tiempo sólo una tajada por semana), y la medicina que podría salvar sus vidas, a alguno de sus torturadores, comunistas enfermos, que en ese momento era compañero de prisión.

Las últimas palabras de Julio Maniu, cristiano y ex-Primer Ministro de Rumanía, que murió en prisión, fueron: “Si los comunistas son derrocados en nuestro país, será deber sagrado de todo cristiano salir a la calle y defenderlos, a riesgo de su propia vida, de la justa furia de las multitudes a quienes han tiranizado.”

En los primeros días después de mi conversión, sentía como si no pudiera vivir mucho más. Caminando por las calles, al cruzarme con hombres y mujeres que pasaban por mi lado, experimentaba una sensación de dolor físico, como si una puñalada me perforara el corazón. Tan quemante era para mí el interrogante: “¿Estarán salvados o no?” Si un miembro de mi congregación cometía un pecado, yo lloraba por horas enteras. El íntimo deseo de que todas las almas se salven ha permanecido en mi corazón, del cual los comunistas no están excluidos.

En las celdas de confinamiento solitario no nos era posible orar como antes. Estábamos increíblemente hambrientos; nos habían drogado hasta convertirnos en idiotas. Estábamos tan débiles que parecíamos esqueletos. La oración del Padre Nuestro era demasiado larga para nosotros; no podíamos concentrarnos lo suficiente como para recitarla. La única oración que podía repetir una y otra vez era:”Jesús, te amo.”

Y luego, un día glorioso, obtuve la respuesta de Jesús: “¿Me amas? Ahora yo te demostraré cuánto yo te amo a ti”. En ese instante sentí que una llamarada quemaba mi corazón, como las llamas que coronan al sol. Los discípulos que iban camino de Emaús dijeron que sentían arder sus corazones cuando Jesús les hablaba. Esa fue la sensación que sentí y experimenté. En ese momento conocí el amor de Aquél que ha dado su vida en la cruz por todos nosotros. Ese amor no puede excluir a los comunistas, por graves que sean sus pecados.

Ellos han cometido y continúan cometiendo atrocidades, pero como dicen las Sagradas Escrituras: “Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Porque fuerte es como la muerte el amor; duros como el sepulcro los celos”. Tal como la sepultura insiste en quedarse con todos, pobres y ricos, jóvenes y ancianos, hombres de todas las razas, naciones e ideologías; santos y criminales, así también el Amor lo abarca todo. Cristo, Amor Encarnado, jamás cesará en Sus esfuerzos por ganar también a los comunistas.

Un pastor fue arrojado en mi celda. Estaba medio muerto, la sangre le corría por la cara y el cuerpo. Había sido brutalmente golpeado; otros reclusos comenzaron a insultar a los comunistas. Con voz lastimera y quebrada les dijo:
“¡Por favor, no los maldigan! ¡Guarden silencio, deseo orar por ellos!”

(..........)

Texto procedente del libro:
La Iglesia Mártir de Hoy
TORTURADO POR CRISTO
Richard Wurmbrand

En reconocimiento a todos los cristianos que dan su vida por Cristo y cuyo ejemplo nos estimula a seguir adelante, y la de tantos mártires que murieron por Cristo, por todos nosotros.

"que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, ... y que los has amado a ellos como me has amado a mí... que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos."

0 comentarios:

Publicar un comentario