SUSPIROS DE VENGANZA




«Oh, Dios, quiebra sus dientes en sus bocas.»
(Sal. 58:6.)


P. Se ha dado en llamar imprecatorios a ciertos Salmos
de la Biblia. En estos Salmos hay expresiones, como
la citada, que los enemigos de la Escritura emplean, según
creen, para gran provecho suyo. También los creyentes educados
que siguen las doctrinas gloriosas del Muevo Testamento
se han extrañado de estas expresiones, al parecer,
de venganza, y desprovistas de caridad.



R. Los tres textos siguientes constituyen el tropiezo
principal. No ha faltado quien haciendo hincapié en estos
textos, ha querido probar que la Biblia no es la Palabra
de Dios. Helos aquí: «Oh, Dios, quiebra sus dientes en sus
bocas... Anden sus hijos vagabundos y mendiguen y procuren
su pan lejos de sus desolados hogares... Bienaventurado
el que tomará y estrellará tus niños contra las
piedras.» (Sal. 58:6; 109:10; 137:9.)

El querer probar que la Biblia no es la Palabra de Dios
por haber tales expresiones en ella, acusa un singular modo
de pensar. Acordémonos de que la Biblia es la Palabra de
Dios, no en el sentido de que Dios haya dicho cada palabra
y sea responsable por cada palabra que haya en ella,
sino en el sentido de que Dios, además de comunicarnos
por palabras inspiradas su voluntad cabal en ella, hace
constar también por sus siervos inspirados las palabras,
hechos y deseos de personas buenas, de ángeles buenos
como también de personas malas, de demonios y del
mismo diablo.

Así, por ejemplo, en los Salmos tenemos tanto lo que Dios dijo
a los hombres, como lo que los hombres dijeron a Dios. Lo que
dijo Dios a los hombres fue siempre la pura verdad; lo que dijeron
los hombres a  Dios pudo ser la verdad o pudo ser meramente expresión
de sentimientos humanos sin sanción divina. Los versículos
citados contienen palabras y sentimientos de los hombres,
oraciones que exhalaron ante Dios en momentos de
angustia, pidiendo venganza sobre sus enemigos. Esto se
ha hecho constar por inspiración de Dios; y bajo este
punto de vista estos Salmos son la Palabra de Dios como
lo demás que encierra la Biblia.

Pero fijémonos ahora por un momento en tales imprecaciones.
¿Son tan inhumanas como se pretende? Colóquese
el lector en el lugar del escrito y recuerde todo el horror
de que era víctima, y pregúntese: ¿Qué diría yo
en semejante angustia? Es indudable que tú mismo hablarías
menos cristianamente y obraras más bárbaramente
que David lo hizo. No nos olvidemos que en este caso
David hizo lo que nos aconseja el Nuevo Testamento que
hagamos, remitiendo la venganza a quien pertenece, en lugar
de tomarla por su propia mano, como hoy sucede con
tanta frecuencia en este siglo de luces.

Si el inicuo hinca los dientes en el justo, en la viuda, en el huérfano y todo lo
despedaza como león rugiente, ¿qué mal hay en pedir a
Dios que quiebre los dientes de la fiera humana, que ningún
hombre puede domar? ¡Cuánto más valdría ser tan
cristianos que obráramos así, pidiendo a Dios nos vengara
como a individuos, familia o nación, que armarnos
hasta los dientes e ir a la guerra para aplicar al enemigo
los instrumentos infernales de actualidad! No pretendemos
defender a David, pero ciertamente vale la pena de que
recordemos aquí cómo trató a su más enconado enemigo
Saúl, que cuando «estaba éste en su poder», lejos de matarle,
no permitió a otro siquiera hacerlo, arrepintiéndose
por haber tan sólo cortado un pedazo de su manto.
(Léase Sam. 26:5-9; 24:5.) Y si bien suspiraba a Dios en su
poesía, que «anduvieran vagabundos, mendigando pan los
hijos del enemigo», cuando estaba sentado en el trono, pudiendo
vengarse, pregunta por si queda descendiente del
enemigo implacable para hacerle misericordia, y hallando
al pobre Mefiboset, le acepta a su mesa y le favorece como
a hijo propio. (2 Sam. 9:1, 2, 11.) Dudamos que hicieran otro
tanto los que culpan de incultos y de bárbaros los
suspiros de angustia del Salmista.

Respecto a estrellar a los hijos de los babilonios contra
las piedras, conviene recordar que se trata aquí de una profecía
respecto a esa antigua metrópoli de abominaciones;
profecía que se había de cumplir; castigo horrible que se
había de administrar en justicia, como siega espantosa
producida por la semilla sembrada. Como Babilonia había
tratado a Israel, así otros la tratarían a ella.

Fue esto una profecía que se cumplió al pie de la letra
en Babilonia, aun respecto al punto de sentirse feliz o bienaventurado,
sin duda, el enemigo carnal que victorioso
estrellase contra las piedras los niños de los soberbios babilonios.
Así es que estudiando estos Salmos a la luz de las demás
Escrituras, nada en ellos ofrece dificultad positiva, ni nada
que nos impida afirmar que la Biblia entera es la Palabra
de Dios, si bien en ella, a menudo, ocurren palabras de los
hombres no sancionadas por Dios. Es Palabra de Dios, que
el hombre dijo tales o cuales palabras, si bien las palabras
que dijo el hombre no fueron Palabra de Dios.

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