«Y si alguno hiriese a su siervo, o a su sierva,
con palo, y muriere bajo de su mano, mas si durare
por un día o dos, no será castigado, porque
su dinero es.» (Éxodo 21:20, 21.)
P. ¿Cómo entenderemos este texto? ¿No expresa una
flagrante injusticia?
R. Para la ética cristiana sí. Pero debemos tener presente
que se trata de una ley nacional para un pueblo que
acaba de salir de la esclavitud del país más civilizado del mundo de entonces,
siendo este precepto divino muy superior
a los vigentes entre las gentes bárbaras de aquellos
tiempos. Nada importaba al esclavista civilizado o bárbaro
«amo absoluto de vida y hacienda» de su siervo, matar con
palo al siervo desobediente. Ninguna ley le protegía. El esclavo
era para el amo de entonces como el soldado para
el militarista de hoy: «carne de cañón». Los esclavos eran
en aquel tiempo substitutos de máquinas.
«Se llena la mente de horror al pensar en los millares
de presos de guerra, reducidos a esclavitud, y en los de
trabajos forzados que hubieron de morir bajo los golpes de
los capataces», dice un escritor. Mucha gente prefería la
muerte a los horrores de la esclavitud.» ¡Qué bendición
divina era, pues, una ley como ésta que establece el justo
castigo para quien mate con palo a su siervo, y esto según
juzgasen los árbitros o jueces (vers. 22, 23 y 26).
Respecto a «si durare por un día o dos no será castigado
porque su dinero es», se ve por el contexto que la idea
es que si el apaleado no muere en el acto, sino que sobrevive,
el dueño irascible no será castigado de muerte, como
declara el versículo 23, ley también bastante dura. El amo
israelita, cuando castigaba a un esclavo, tenía que cuidarse
muy mucho dónde pegaba, y no causarle a su siervo ninguna
herida mortal, pues iba en ello su propia vida, pero si el
siervo moría tres días después, podía deducirse que el amo
no había pegado en ninguna parte vital, no era culpado de
asesinato, pero la pérdida del esclavo sería su castigo. Había
perdido a su siervo, educado en su hogar y que muchas
veces era querido casi como un hijo.
Esta ley israelita resultaba muy beneficiosa y favorable
a los esclavos, para la civilización de aquellos tiempos.
En nuestros días, a causa de la ética superior que trajo
al mundo la doctrina de Cristo que nos manda hacer a los
demás lo que quisiéramos se hiciera con nosotros, y ordena
amar aun a nuestros mismos enemigos, ha sido abolida la
esclavitud. No debemos olvidar que fue la conciencia cristiana
de los primeros siglos que originó la abolición de la
esclavitud en la sociedad greco-romana, aun cuando más
tarde fue casi restaurada bajo el dominio godo por el feudalismo,
cuando degeneró el cristianismo en un sistema de
rituales externos en la Edad Media, y por último volvió a
ser establecida con la raza negra.
Los verdaderos cristianos, nacidos de nuevo, siempre
estuvieron en contra de semejante iniquidad. Cristianos fervorosos
fueron Livingstone, Wilberforce, Abraham Lincoln,
y en nuestros días Martin Lutero King, que combatió, no
ya la esclavitud, pero sí la segregación y la diferencia de
clases, y tal ha sido el caso con la mayor parte de los hombres
que se han esforzado en favor de la libertad y de los
derechos humanos.
Hoy día, en las naciones más avanzadas en moralidad,
está prohibida la tortura y el maltrato aun de los delincuentes,
llegando al otro extremo de benevolencia que ha
contribuido a fomentar la criminalidad y el terrorismo; tal
es el corazón humano. Pero debemos hacernos cargo de lo
diferentes que eran las condiciones de vida en los tiempos
de Moisés, cuyas leyes tenían que acomodarse a las leyes
y civilización de aquellos tiempos; de otro modo nadie las
hubiera respetado por ser demasiado diferentes a las costumbres
establecidas.
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